Regresar

Yo estoy contigo

Play/Pause Stop
«Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28: 20).

Dani hubiese deseado morir también en aquel terrible accidente de tráfico, que había destrozado, dos días antes, su joven vida, No quería sobrevivir a aquella tragedia que había acabado con su preciosa familia y con todos sus sueños, tras apenas tres años de feliz matrimonio. Sin embargo, movido, no sabía por qué, aturdido por los traumatismos, el dolor y los medicamentos, y dejando a su hijita de pocos meses en cuidados intensivos, obligó a que lo levantasen de su lecho de hospital para asistir al funeral de su jovencísima esposa, fallecida.

Siguiendo al féretro bajo la lluvia, Dani no podía hacerse a la idea de sobrevivir. Bajo aquel cielo vacío, distante, negro de frío acero, encerrado con su dolor en el asiento trasero de aquel vehículo fúnebre. Olvidado de Dios, airado contra él, jamás se había sentido tan desamparado. Para lo que estaba viviendo, querer morir era dejar de sufrir. Acabar de una vez con el dolor, la rabia y el remordimiento.

De pronto, al ser descendido del vehículo, mientras lo acomodaban a duras penas, todo roto, en su silla de ruedas, un pequeño claro se abrió en las nubes y un rayo de sol lo deslumbró cayendo directamente sobre sus ojos heridos. Y sintió como si una voz le dijese: «Yo estoy contigo». Y sin saber cómo, en el fondo de su ser, le sobrevino una paz indecible. «Yo estoy contigo». Era como si la vieja promesa bíblica hubiese sido redactada incluyendo su nombre. «Yo estoy contigo, Dani, a pesar de todo, aunque te parezca imposible de creer» (Isa. 54: 10).

El servicio fúnebre era muy triste. Dani lo seguía desde la primera fila de la iglesia, junto con más de mil personas que se apiñaban en recinto para manifestar a la familia su simpatía ante tamaña desgracia.

Súbitamente, Dani se sintió impelido a decir algo en el servicio. «Tienes que hablar. Tienes un mensaje para esta congregación», le decía su corazón acelerado. Y forzando a sus amigos a ayudarlo a subir al púlpito, Dani tomó la palabra. Balbuceando con su mandíbula rota, agradeció a todos el acompañarlo en ese momento, y leyó el Salmo 23.

Muchas personas le dijeron que fueron tocadas por su mensaje de confianza en Dios y esperanza. Un mensaje que él no recuerda haber dado. Un mensaje que confirma el poder de la promesa bíblica: «Yo estaré contigo todos los días». Incluidos los peores. Y en esos más que nunca.

Gracias, Señor, porque sé que hoy estarás conmigo todo el día.

Matutina para Android