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¿Qué niño no ha soñado nunca con encontrar un tesoro? Recuerdo la alegría de nuestro hijo, el día en que, en una actividad de los Pathfinders de Berrien Springs (Michigan), se encontró una antigua moneda de plata de un dólar. Para sus once años aquello era un gran, un tesoro.
En tiempos del Maestro, aunque ya había bancos (Mat. 25: 27), era costumbre guardar los ahorros en una bolsa, una jarra o un cofre, que se escondía en algún lugar secreto, en un muro o en el suelo de la casa. Esas eran las cajas fuertes. Cuando las fortunas se veían amenazadas por la inestabilidad, robo y el pillaje, buscando escondites seguros, grandes y pequeños propietarios llegaban a enterrar sus tesoros bajo tierra. Con el paso del tiempo podía ocurrir que los dueños desapareciesen o sus legítimos herederos perdieran el rastro del lugar donde se ocultaban sus bienes... En este caso, el tesoro podía pasar a ser propiedad de quien tuviese la suerte de encontrarlo, porque las leyes atribuían el derecho al tesoro al dueño de la propiedad donde este se encontrase.
Imaginad que un agricultor alquila un campo para trabajarlo y un día, mientras el asno o los bueyes tiran del arado, este se clava en un cofre de madera. Al abrirlo descubre una inmensa fortuna: monedas, joyas, lingotes de oro y plata.
Sin pensarlo dos veces recubre el cofre y se va a vender lo que haga falta para adquirir el campo. Nadie entiende su repentino empeño por esa compra. Pero él sabe lo que hace. En cuanto se convierte en el propietario legal del terreno, se adueña por fin de sus inesperadas riquezas.
El reinado de Dios - su plan de salvación para nuestra vida - es el mayor tesoro a nuestro alcance. ¿Cuánto lo valoramos? ¿De qué estamos dispuestos a prescindir por asegurárnoslo?
Me encanta esta explicación del reinado o reino de Dios.
En los campos de nuestra existencia, llenos de pedregales y de espinos, plagados de cizaña, contaminados sin remedio, explotados con cereales transgénicos o sembrados de minas, a la vez campos de concentración y campos misioneros, hay también, muy cerca de cada uno de nosotros, un fabuloso tesoro de origen extraterrestre. En la Biblia tenemos el plano para encontrarlo. Y como en los planos de muchos tesoros, el lugar culminante del recorrido también está marcado por una cruz. Señor, ayúdame hoy a valorar tus tesoros por encima de todas las cosas.
HACIENDO MI PARTE EN LA MISIÓN