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Buscando perlas

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» También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró» (Mat. 13: 45-46).

En tiempos de Jesús las perlas, que eran todas naturales, estaban entre las joyas más caras del mundo (Job 28: 18) En el año 74 de nuestra era, Plinio cuenta que César le regaló a la madre de Bruto (quien lo asesinaría poco después) una perla valorada en 6 millones de sestercios. Y afirma que Cleopatra poseía dos perlas estimadas en 100 millones de sestercios (Historia natural, IX, 35, 58).

Imaginad un mercader fascinado por las perlas. Un experto en diamantes, rubíes, esmeralda y demás piedras preciosas. Pero las perlas, esas joyas esféricas de brillo nacarado, irisado y vivo, le atraen de modo especial. Son diferentes de todas las demás joyas por la forma en que han llegado a producirse. Una perla no es un simple pedazo de mineral. Es el resultado del sufrimiento de la ostra en su lucha contra algo hiriente que se ha introducido en ella. Cuando un grano de arena penetra en el interior de la madreperla y le hace daño, esta segrega un depósito de nácar que recubre al objeto intruso con su suave manto. El brillo de la perla procede del dolor de un ser vivo.

Nuestro mercader busca perlas preciosas. Blancas, negras o con matices grises, rosados, amarillentos o verdosos, las perlas finas son escasas y encontrarlas es difícil. Las madreperlas pueden estar en aguas relativamente profundas y no es fácil bucear a pleno pulmón para sacarlas. Además, pocas ostras contienen perlas. Hace falta abrir muchas para encontrar una perla cualquiera, y muchas más para encontrar una especial. No es de extrañar que ciertas perlas alcancen precios astronómicos.

El texto dice que esta perla era «supervaliosa» (polytimon). El verbo usado aquí para 'hallar' (eurón) sugiere un hallazgo único, sin precedentes e irrepetible. De ahí viene él eureka de Arquímedes.

El tesoro de la parábola fue encontrado sin buscar; en cambio, la perla la encontró alguien que buscaba. El Maestro solía repetir que quien busca halla (Mat. 7: 7-8). Este mercader inteligente no se contenta con lo que tiene. Y no para hasta que encuentra lo que busca. Y como es un experto, sabe que el valor de esa perla lo merece todo.

El reino que Jesús nos ofrece es esa perla de valor supremo, nacido en este mundo perturbado por el mal, de una herida profunda en el corazón de Dios. Que mediante su gracia prodigiosa ha conseguido recubrir nuestra realidad hiriente con la belleza incomparable de su amor.

Señor, yo quiero atesorar esa perla y compartirla con otros.

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