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A todas las naciones

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«Por tanto, id y haced discípulos en todas las naciones» (Mat. 28: 19).

No hace muchos años que en España hay adventistas gitanos, pero me llena de satisfacción, haber contribuido, tanto en mis años de docencia en nuestro seminario de  Collonges-sous-Salève como en el de Sagunto, a la formación de algunos pastores de esa etnia. Su gozoso modo de adorar a Dios con sus guitarras y palmas, aunque resulte un poco ajeno a mi cultura de origen, me emociona y enriquece.

Cuando los primeros gitanos alcanzaron Europa, formaban grupos dispersos, marginados, que a menudo tenían que robar para sobrevivir. Era casi inevitable el choque entre culturas tan distintas: las europeas, formadas mayormente por campesinos y burgueses, asentados desde siglos en sus tierras; y aquellos nómadas que llegaban de muy lejos con sus carromatos, con lenguas y costumbres diferentes.

Durante siglos los gitanos que deambulaban por España sufrieron constantes medidas de discriminación, con restricciones en las zonas en las que podían circular, los oficios que podían ejercer y el número de familias que podían acampar en el mismo núcleo urbano.

A no ser que fuesen buenos guitarristas, famosos bailarines o «cantaores» de flamenco, los gitanos sufrieron, hasta tiempos recientes, una clara exclusión de muchos sectores de la sociedad por razones de etnia y formación.

Los prejuicios también han contribuido en gran medida a su difícil inserción laboral, sobre todo de las mujeres, tanto por el mero hecho de pertenecer a una sociedad tribal, ancestralmente patriarcal, como por su baja cualificación profesional y académica en una sociedad occidental cada vez más tecnificada.

Desde hace un par de generaciones se han dado pasos muy significativos en el reconocimiento social del derecho de los gitanos a mantener su identidad y en la apreciación de sus aportaciones a la cultura y el folclore de la sociedad española.

Me agrada ver que mi iglesia ha tomado siempre muy a pecho la orden bíblica de llevar el evangelio eterno a «toda nación, tribu, lengua y pueblo» (Apoc. 14: 6). Cuando Jesús ordenó a sus discípulos «hacer discípulos de todas las naciones» no estaba planeando la evangelización del mundo como un programa global destinado a conseguir unas metas estratégicas: nos estaba recordando una actitud cristiana esencial, un estilo de vida fraterno.

Hace ya unos años tuve el gozo de bautizar a uno de mis sobrinos, plenamente integrado en una familia gitana, y no lo viví solo como un triunfo más del evangelio, sino como una verdadera fiesta de familia.

Señor, ayúdame a ver a todos mis prójimos como hijos tuyos, mis hermanos amados, candidatos a compartir juntos la eternidad contigo.

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