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Si amas a Jesús, velas por otros

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«Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te quiero". Le dijo: "Pastorea mis ovejas"» (Juan 21: 16).

Esperando a Jesús resucitado, el impaciente Pedro ha vuelto a la pesca seguido de sus amigos. Compungido por haber negado al Maestro bajo las presiones de sus adversarios, no se considera digno de continuar su obra e intenta retomar su oficio. Pero tras faenar toda la noche no consigue pescar nada.

Jesús, visitante de incógnito, le invita a echar las redes una vez más, por el lado correcto, y al intentar levantarlas no puede, por la gran cantidad de peces. La lección que el Maestro quiere darle está clara: si Pedro renuncia a su vocación, todos los esfuerzos por triunfar en la vida, a la larga, van a ser estériles, mientras que con él la bendición es segura. Eso es lo que significa esa red «llena de grandes peces» (Juan 21: 11).

La cifra de 153 peces ha recibido diversas explicaciones: son tantos como especies reconocidas (según Jerónimo), ilustra la universalidad de la gracia, o representa la suma de los números del 1 al 17 (sabiendo que, en el simbolismo bíblico la cifra 10 representa la ley, y la cifra 7 representa la acción del Espíritu), símbolo anticipatorio de la» pesca» acumulativa resultante de la misión cristiana.

Jesús contrarresta la triple negación pública de Pedro con una triple confesión ante testigos. Reflexión dolorosa quizá, pero el proceso de curación de las heridas relacionales requiere a menudo el dolor menor de atreverse a llegar hasta el límite de la introspección para alcanzar el fondo de la reconciliación verdadera. Jesús creía en el arrepentimiento de Pedro, pero este necesitaba creer él mismo en su propia rehabilitación.

Reconciliado ya con Cristo, Pedro recibe la orden de apacentar su rebaño, cambiando la imagen agresiva del pescador de hombres por la imagen más tierna del pastor, preferida por el Maestro (Juan 10: 11).

A pesar de nuestros fallos, Cristo tiene un plan para cada uno de nosotros. Una tarea importante, para la que, como en el caso de Pedro, no bastan nuestros talentos, cualidades y méritos. Necesitamos la fuerza del amor de Dios para consolidar el plan de nuestra vida y ser capaces de seguirle hasta donde él nos guíe. El mensaje de Jesús es contagiar amor.

Quien ama de veras a Cristo vela por otros y quiere compartir con ellos todo el bien recibido.

Señor, sabes que te amo, pero sabes también que sin ti soy incapaz de compartir amor.

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