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Tristemente, la parábola del hijo pródigo no se termina en la reconciliación entre el hijo menor y su padre: lo hace revelando, con sumo realismo, la tensión rencorosa y distante contra el padre de su hijo mayor. En la sala de fiestas se celebra el arrepentimiento y la reconciliación; afuera, en las tinieblas, se palpa el resentimiento y la ira.
Desbordante de gozo, el padre sale en busca de su hijo mayor, para compartir con él su alegría por la salvación del hermano perdido. Centrado en sí mismo, el hijo mayor se encierra en la amargura de su odio y se niega a franquear aquella puerta tras la que reinan la alegría y la luz.
Y allí, en el umbral de la casa paterna, en el mismo lugar de donde acaba de salir al encuentro de su hijo menor, el padre tiene que salir también a buscar a su otro hijo. Pero esta vez no hay abrazo. De un gesto brusco, el hijo aparta al padre. Y como un reproche largo tiempo reprimido, espeta:
-Tantos años que te vengo sirviendo sin desobedecerte jamás, y tú nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. Y ahora que vuelve este hijo tuyo que ha derrochado tus bienes en prostitutas, matas para él el ternero cebado.
La confesión está hecha. «Yo no puedo sentirme hijo tuyo porque siempre te he visto como un tirano».
Mientras su hermano consideraría un privilegio ser aceptado como esclavo, él se queja de haber sido tratado como tal. Si el pequeño exigió al padre: «Dame mi dinero y seré feliz», el mayor le reprocha: «Nunca me has dado nada. Nunca he sido feliz, por tu culpa». Cifrando su felicidad en lo que esperaba recibir, su visión egocéntrica de la existencia se frustra con sus deseos insatisfechos: «No quiero nada tuyo» (vers. 29).
Pero el padre, con el mismo amor con que había abrazado al pequeño, extiende también sus brazos al mayor.
-Hijo mío. ¡Si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! ¿Cómo no iba a alegrarme si este hermano tuyo, que ya daba por muerto, ha vuelto a vivir?
Padre, ¡cuántas veces, como el hermano mayor, he conseguido antes agravar tu sufrimiento que potenciar tu alegría! No quiero volver a amargarte la fiesta. Deseo contribuir a tu gozo alegrándome por cada pródigo que regresa al hogar.