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El profesor Elías García Martínez, catedrático de la Escuela de Arte de Zaragoza, España, estando de vacaciones como solía en la pintoresca localidad de Borja, realizó a principios del siglo XX una pintura mural de Jesús como ofrenda de devoción para el santuario de la Misericordia de dicha población. La obra original (de unos 50 x 40 centímetros), plasmada sobre un muro interior de la iglesia, era una simple pero muy bella versión de una estampa popular del Ecce Homo de Guido Reni.
Esta modesta obra de arte, realizada al óleo sobre el muro seco y sin imprimante previo, empezó a mostrar antes de cumplir cien años, como era de esperar, signos lamentables de deterioro. Y hubiese pasado desapercibida, de no ser porque una mujer llamada Cecilia, que entonces tenía 81 años, no la hubiese hecho saltar a la fama. Esta intrépida dama, sin contar con los más elementales conocimientos de pintura, intentando buenamente retocar los puntos desconchados del mural, transformó aquel bello rostro de Cristo, en palabras de un corresponsal de la BBC en Europa, en un «esbozo de un mono muy peludo vestido con una túnica de una talla inadecuada».
Sin embargo, la fallida restauración se convirtió, gracias a la difusión en Twitter y otras redes sociales, en un fenómeno mundial conocido como el Ecce Mono. La información del suceso apareció por primera vez el 7 de agosto de 2012 en la web del Centro de Estudios Borjanos. Pronto otros medios de comunicación se hicieron eco del suceso, que consiguió tal éxito mediático que, al cabo de pocas horas, Internet se llenó de versiones humorísticas de la restauración, protagonizadas por personajes famosos, convirtiendo al «nuevo Ecce Homo de Borja» en un icono popular. Todavía hoy miles de personas acuden a fotografiarse junto a la «obra restaurada».
Tras una valoración por parte de expertos sobre qué hacer para devolver la deteriorada pintura a su estado original, finalmente cualquier intento de recuperación se ha abandonado por considerar los daños irreversibles.
Lejos de mí juzgar la buena intención de la improvisada restauradora de esa imagen de Jesús. Pero soy consciente de que, demasiado a menudo, nuestra torpeza también puede, de manera significativa, convertir en caricatura la imagen de Cristo que damos a los que nos rodean, con nuestros actos, nuestras palabras y nuestro presunto comportamiento cristiano.
Señor, dirige hoy todos mis pasos para que nada de lo que haga o diga deforme tanto la imagen de ti que los demás deducen de mi conducta, que contribuya a justificar su indiferencia, su rechazo o sus burlas.