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Libres por dentro

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«La verdad os hará libres» (Juan 8: 32).

Como dijimos ayer, hace unos años tuve el privilegio de predicar a un nutrido grupo de reclusos en la prisión Due Palazzi de Padua (Italia), a raíz de esa visita, recibí  increíbles bendiciones, y conocí a seres humanos que me ayudaron a crecer espiritualmente y a tomar conciencia, de un modo especial, de la importancia de dejar de lado los prejuicios y de estar dispuestos a aprender de todos. Entre muchas otras cosas, descubrí que esta cárcel se ha hecho famosa porque, a diferencia de otros centros carcelarios, aquí había triunfado un admirable proyecto llevado a cabo por las autoridades penitenciarias, en colaboración con asociaciones de interés social y algunos grupos religiosos (uno de ellos, adventista), para atender las necesidades de los reclusos en tres dimensiones de su vida: la educación, el trabajo y la vida espiritual.

Nicola Boscoletto, responsable del proyecto durante un tiempo, explica que el punto de partida era tratar a los detenidos como personas dignas de respeto y no como delincuentes, empezando por dejarles usar su propia ropa, prescindiendo de los clásicos uniformes carcelarios. Y mucho más importante que eso, facilitar trabajo remunerado a los prisioneros para poder hacer frente a sus necesidades y enviar cada mes una suma significativa de dinero a su familia, cónyuge, padres o hijos.

En el interior de la prisión existe una pastelería donde cerca de quinientas personas trabajan en el proceso de elaboración de piezas tradicionales de repostería italiana, como el famoso panettone o los llamados «huevos de Pascua».

Este acercamiento ha dado sorprendentes resultados: si a nivel mundial el promedio de reincidencia de los delincuentes excarcelados va del 70 al 90 por ciento, en esta prisión se limita al 20 por ciento, y entre los reos que trabajan la reincidencia es tan solo del uno o dos por ciento. Este dato es por sí solo un milagro.

La importancia concedida a la vida espiritual de los presos ha contribuido notablemente al éxito de este proyecto. Porque ayuda a los internos a tomar conciencia de sus errores, a asumir mejor las penas y adoptar actitudes más esperanzadas y solidarias.

«La fe ha sido un punto de inflexión decisivo para poder cambiar, para abrirme a un futuro mejor. Me inspira a seguir creciendo. Veo mi vida de otra manera. Soy libre por dentro. Dios me da una gran fuerza para enfrentar los problemas, porque ahora no me siento solo, sino sostenido», afirma uno de los reclusos convertidos en la cárcel, cuyo testimonio tuve el gozo de recoger.

Señor, sigue fortaleciendo mis ganas de compartir esperanza.

CON JESÚS HOY

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