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Se presentó aquella mañana sin aviso previo y, tras haber rogado y discutido con la guardia, logró llegar hasta el juez -Hágame justicia, por favor. Mis hijos y yo hemos quedado solos, haga que me paguen lo justo-.
-Tu caso no es muy claro y yo no puedo ayudarte. Sal de aquí y no molestes más, -dijo aquel hombre sin sentimientos.
Pasados unos días, la mujer volvió al juzgado tratando de camuflar su rostro y con éxito estuvo de nuevo en la presencia del juez.
-¿Otra vez tú? Ya te había dicho que no volvieras, no puedo hacer nada por ti...
-Pero señor, -interrumpió la mujer¿no puede tener un poco de compasión por mí?
Con lágrimas en los ojos, salió de nuevo de aquel lugar al que volvió una y otra vez, hasta que un día el juez, cansado del asunto, decidió hacerle justicia.
El propósito de la parábola de la viuda y el juez injusto es muy claro: la necesidad de orar continuamente y no desistir. Con frecuencia solemos pedir en oración por un motivo específico y luego lo dejamos porque creemos que no hubo respuesta. Volvemos a nuestras labores de la vida diaria chasqueadas por pensar que Dios no está escuchando nuestras súplicas. Aquella mujer viuda somos tú y yo que constantemente estamos pidiendo por nuestra familia, por los problemas que nos aquejan, por la salud, por el trabajo, por los hijos, por un buen esposo, por un milagro. Nuestra fe se alimenta de la espera que se produce cuando somos capaces de orar sin obtener una pronta respuesta. La viuda de la parábola nos enseña dos cosas: primero, que la perseverancia siempre dará frutos favorables, pues nuestro Dios no es un juez injusto. Y segundo, que la clave radica en orar día y noche sin desmayar.
La respuesta a las preguntas escritas en el texto de hoy, la encontramos en el verso siguiente: «Os digo que pronto les hará justicia». ¿No es acaso una noticia maravillosa para hoy? Cuál sea el asunto que estés presentando delante del Señor, ten por seguro que pronto te hará justicia. Confía.
#pdfelizporsujusticia