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Promesa cumplida

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«E hizo voto diciendo: "¡Jehová de los ejércitos!, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza"» (1 Samuel 1: 11).

Que Dios cumpla sus promesas resulta totalmente evidente, pues esa es su naturaleza; no es hombre para que mienta (Números 23: 19). El problema de las promesas sobreviene cuando al hombre le toca cumplir con la parte que le toca. Ana estaba en el templo cuando hizo su promesa a Dios de devolverle a su hijo para su servicio, si se lo concedía. Y es que es más fácil hacer promesas cuando aún estamos haciendo el trato con Dios para recibir lo deseado. Con frecuencia las personas que no tienen hijos hacen promesas respecto a la formación espiritual que proveerán para ellos cuando estos nazcan: estudiarles la lección cada día, enseñarles versículos, llevarlos a la iglesia todos los días de culto, enseñarles reverencia, enseñarles a ejecutar un instrumento musical, son solo pocos ejemplos de lo que se promete con la llegada de los hijos.

Dios cumplió su parte con Ana y el día de llevar a Samuel al templo había llegado. Ahora le toca cumplir la suya. Ella subió a Silo con su hijo aún pequeño, quien dependía de ella y necesitaba de los cuidados y amor de su madre. Puedo imaginar al pequeño de cabellos largos llorando en la puerta de la iglesia por ver marcharse a su madre. De haber sido así, el corazón de Ana debió romperse de tristeza, pero su voluntad de cumplir su promesa fue más grande que cualquier sentimiento. Llegar a casa y ver el cuarto de su hijo vacío, su camita vacía y algunos juguetes que no se llevó, sin duda que habría causado en Ana las ganas de ir a buscarlo. Sin embargo, la promesa estaba hecha, Dios había cumplido y ella no dudó en cumplir la suya.

Esto solo significa una cosa: el verdadero amor requiere compromiso y el compromiso conlleva sacrificio. Y quien sigue por este camino finalmente recibe una gran recompensa. La recompensa de Ana fue ser madre de cinco hijos más. Educar a los más pequeños a los pies de Jesús requiere sacrificio; la buena noticia es que Dios está dispuesto a cumplir su promesa de socorrernos en lo que sea necesario para llevar a cabo tan grande tarea.

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