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Entre risas y algarabías de aquel majestuoso palacio, mientras se servían copas de vino y comidas sin medida, él desempeñaba su puesto con total profesionalismo. Después de todo, había logrado el empleo gracias a sus muchas habilidades y claro, a la providencia divina. Estaba viviendo en un país que no era el suyo, es decir, era un inmigrante. Aunque a decir verdad, no había ido por su propia voluntad. Sin embargo, a pesar de las risas y la aparente alegría, hacía cuatro meses que su corazón estaba lleno de pesar y tristeza.
Al no estar permitido en el palacio ningún indicio de pena o aflicción, tenía que esconder sus emociones, de lo contrario, podría costarle la vida. Pero cuatro meses de angustia, de noches de llanto, de días de ayuno y oración, no se pueden esconder, y un día el rey lo descubrió. Cuando se acercó para servir el vino en la copa del rey, este le dijo: «Nehemías, ¿por qué estás triste si no estás enfermo?». Entonces Nehemías le contó al rey que hacía cuatro meses que sus parientes lo habían visitado, y le habían contado que su querida ciudad estaba en ruinas. Debido a que Dios ya había preparado el camino en el corazón del rey, Nehemías tuvo el apoyo total e incondicional del monarca.
¿Dejarías tú la comodidad de tu casa, de tu iglesia, de tu vecindario para ir a ayudar a los necesitados? Eso fue precisamente lo que hizo Nehemías. Aun teniendo todas las comodidades, comida, bebida, vestidos, fiestas, una recámara cómoda y elegante, entre otras cosas, prefirió ir a su pueblo que se hallaba en ruinas para liderar la reconstrucción.
Hoy es tiempo de que dejemos el confort y el placer en el que nos encontramos y que hagamos un plan bien establecido para ir a reconstruir los valores y principios divinos que están en ruinas en el mundo. ¿Cómo podemos vivir tranquilas mientras nuestros hermanos están en ruinas? Dios te llama hoy a salir de tu palacio y ayudar a sus hijos. La buena noticia es que él te proveerá de lo necesario para la tarea, así como lo hizo con Nehemías. La orden ya fue dada y la escribo de nuevo, porque es importante: «Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28: 19).
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