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Nos preparábamos para recibir el día sábado, y mamá estaba planchando la ropa. En esa ocasión usaría uno de mis vestidos favoritos. Pero repentinamente, mamá hizo una expresión de asombro: ¡Ay, no! Ya quemé tu vestido, me dijo. La miré, miré el hueco en el vestido y le dije: «No pasa nada, sé que no fue tu culpa». Pasaron los meses y ahora era yo quien planchaba la ropa. De pronto, sentí como la plancha quedó pegada sobre la prenda y, ¿adivina de quién era? Sí, era de mamá. Cuando le dije que su falda se había quemado, vi como su rostro cambió. Y antes de que pudiera seguir con su reclamo, le dije: «¿Te acuerdas cuando tú quemaste mi vestido y yo no te dije nada porque no había sido tu culpa?». Sonrió y dijo: «Tienes razón».
Puede ser que yo le estaba echando en cara la buena actitud que tuve hacia ella en el pasado, pero después de todo, ¿no era ella la que ya lo había olvidado? El pueblo de Israel constantemente se olvidaba de lo que Dios había hecho por él en el pasado y, por lo tanto, Jehová incesantemente se encargaba de recordárselos. «¿Te acuerdas de que te saqué de Egipto? Hice todo por ti y mira cómo me pagas». Decía el Señor por medio de sus profetas.
Con regularidad nos encargamos de guardar en nuestra mente las cosas malas que las personas nos hacen, pero solemos olvidar las cosas buenas que realizan a favor de nosotros. Y cuando alguien nos lo recuerda, nos defendemos con la pregunta, ¿me lo estás echando en cara? No seamos como el pueblo de Israel quienes solo esperaban recibir bendiciones sin comprometerse a la reciprocidad con su Dios, quien solo esperaba de ellos amor y fidelidad. Si alguien hizo algo bueno por ti sin esperar algo a cambio, no lo olvides. Sé siempre agradecida.
#pdfelizalseragradecido