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Deja las ramitas

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«Dejaréis caer también para ella algo de los manojos; dejadlo para que lo recoja, y no la reprendáis» (Rut 2: 16).

Una mañana, mientras doña Tere limpiaba la sala de su casa, observó, a través de los cristales polarizados de su ventana, que la vecina hacía intentos esforzados por recoger la rama del limón que había pasado al terreno de Tere por encima de la barda. La vecina estuvo intentando hasta que logró traer de vuelta todo el brazo del limonero del otro lado y lo ató para asegurarse de que no regresara. Era un árbol de limón muy generoso y constantemente daba jugosos frutos. Alrededor de un año después del incidente, el limonero estuvo completamente seco. Al constatar que este relato es real, me pregunto, ¿se habría secado de igual manera si la vecina hubiera seguido compartiendo aquella pequeña rama con Tere? Ciertamente, nunca tendré la respuesta. Lo que sí sé es que el Señor no mira con agrado a los egoístas.

Todos hemos sido llamados a saciar las necesidades de los demás sin importar el nivel socioeconómico que tengamos. El dar a los demás no está condicionado solo a los que tienen una vida cómoda. Nadie puede decir que no tiene nada en sus manos para ayudar al necesitado. Booz dio la orden para que intencionalmente los segadores dejaran caer las gavillas para que Rut las recogiera, y la recompensa de aquel hombre bondadoso la hemos leído en repetidas ocasiones.

La prosperidad sobreviene a todos aquellos corazones que están dispuestos a pensar también en los demás y no solo en ellos mismos. Un corazón egoísta vive para su propio beneficio, solo busca lo que le conviene y de dónde obtener ganancias. Pero tal actitud dista mucho del ideal cristiano. No honramos al Dios que profesamos cuando actuamos con egoísmo. La pobreza y miseria de espíritu secan a los egoístas como se secó aquel árbol de limón.

Decide hoy dejar una ramita de amor a tu paso para que alguien la recoja, una ramita de cortesía, una moneda, una manzana, un vaso de agua o una sonrisa; hay miles de maneras de luchar contra el egoísmo. Abre las manos y sé las manos de Jesús en la tierra. Él estaría gustoso de hacerlo por él mismo, pero al irse al cielo, dejó esa linda tarea para ti y para mí.

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