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¿Lluvia en tiempo de cosecha? Eso era imposible. Sí. Pero era una contundente evidencia de que el pueblo había ido en contra de la voluntad de Dios. Todo comenzó cuando Joel y Abías, hijos de Samuel, quedaron a cargo del pueblo. Ellos no siguieron los caminos de su padre y el pueblo buscó una solución: «tener un rey como las demás naciones». A pesar de las advertencias de Dios respecto a las consecuencias de tener un monarca, ellos respondieron: <A como dé lugar tendremos un rey» (1 Samuel 8: 19).
Aquello no era más que el cumplimiento de lo que años atrás el Señor había profetizado mientras aún estaban en el desierto. Cuando entres en la tierra que el Señor tu Dios te da, y tomes posesión de ella y la habites, tal vez digas: «Quiero tener un rey, como lo tienen todas las naciones que me rodean» (Deuteronomio 17: 14). Es así como Saúl es elegido el primer rey de Israel. Aquel día, después que Samuel pidió lluvia, el Señor la envió en respuesta a la afirmación del profeta. Dios había sido el único Rey para su pueblo hasta antes de Saúl y no estaba contento con la decisión del pueblo de pedir un rey y, sin embargo, lo permitió.
En ocasiones, Dios permite que sea hecha nuestra voluntad solo para mostrarnos cuán equivocados son nuestros caminos y cuán tristes son las consecuencias de ellos (ver Salmos 106: 15). No es lo mismo hacer nuestra parte humana con la colaboración divina, que dar a otras personas el mérito que a Dios le corresponde. Cuando no había rey en Israel, la gloria de las batallas era solo para Dios; pero teniendo rey, el pueblo atribuía la victoria a su soberano terrenal. Cuando desplazamos de nuestra vida la dirección y voluntad de Dios, sustituyéndolas por otros medios o personas, cometemos pecado.
Deja que Dios ocupe la gloria de todos tus triunfos, dale a él el mérito de tus milagros. Permite que suceda solo lo que sea su buena voluntad.
#pdfelizconmiúnicoRey