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Sophie comprendió algo súper importante: ser inclusivo no es solo dejar que otras personas se unan a tu grupo; se trata de integrarlas en todos los aspectos. Es como dar un abrazo gigante que no deja a nadie afuera. Es hacer sentir a cada persona querida y valorada, así como hace Cristo.
Entender que todos llevamos un pedacito del amor de Dios tiende a cambiar por completo nuestra actitud. Cuando miras a los demás pensando así, no solo ves lo valiosos que son por ser como son, sino que también empiezas a vislumbrar las cosas únicas que cada persona aporta al mundo.
Ser inclusivo es como ser un ninja que tira abajo las paredes que nos separan, no importa si son de color, de género o tienen que ver con tu lugar de origen.
El corazón de la inclusividad es poner el amor en marcha; es repartir bondad y compasión a todos, no importa de dónde vienen ni la historia que traen. Y no es solo hablar; es buscar la manera de cerrar las brechas y crear puentes. Como dice 1 Juan 4:7: “Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios”.
¿Sabes qué logró Sophie? Captar que cada persona es un tesoro. Su historia nos inspira a todos a ser inclusivos y a crear un espacio donde todos quepan. Vivamos con los brazos abiertos, prestando atención a las personas que nos rodean.
Oración: Padre celestial, ayúdame a abrazar la inclusividad como un reflejo de tu amor.