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En las vibrantes calles de Ghana, bajo un sol que parece bailar al ritmo de la vida, conocí a Ama, una joven con una sonrisa que iluminaba más que el mismo sol. Mientras conversábamos, compartió conmigo una historia que resonó en mi corazón como una melodía pegajosa.
Desde pequeña, Ama sintió que Dios le había dado una misión especial: anunciar sus maravillas. No hablamos de grandes milagros como Moisés partiendo el mar, sino de las maravillas cotidianas que a menudo pasamos por alto. "Cada amanecer, cada sonrisa, cada oportunidad de ayudar es una maravilla de Dios", me dijo con convicción.
Ama no tuvo una vida fácil. Creció en un barrio donde la esperanza a menudo parecía un lujo. Sin embargo, ella encontró su fuerza en los Salmos, especialmente el Salmo 71:17, que le recordaba que, desde su juventud, Dios había estado a su lado, enseñándole a través de cada desafío y cada alegría.
Ella comenzó a compartir estas maravillas en su comunidad. Empezó, de a poco, enseñando a los niños a leer y mostrándoles, así que las palabras pueden ser puentes hacia nuevos mundos. Luego organizó grupos para limpiar las calles, transformando la apatía en acción. En cada paso, veía la mano de Dios moviendo las piezas, convirtiendo lo ordinario en extraordinario.
Así, Ama se convirtió en una proclamadora de maravillas. No necesitaba un megáfono ni una plataforma; su vida era el mensaje. Cada acto de bondad, cada palabra de aliento, cada gesto de amor era su forma de decirle al mundo: "Miren lo que Dios puede hacer".
A través de Ama aprendí que anunciar las maravillas de Dios no es solo hablar de ellas, es vivirlas. Es encontrar la belleza en lo mundano, la esperanza en la desesperanza y la fuerza en la vulnerabilidad.
Oración: Padre querido, que mi vida sea un anuncio viviente de tu amor y bondad. Dame ojos para ver tus maravillas en cada detalle de mi existencia, y el valor para compartir esas maravillas con el mundo.