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Aún no era primavera, pero los lapachos amarillos estaban florecidos. La familia de Gabriel disfrutaba la brisa mientras caminaba rumbo al parquecito. La hermanita saltaba entre los árboles, animada como solo una niña de cinco años puede sentirse en una mañana soleada.
Ya en el parque, lleno de niños de todas las edades, Gabriel se trabó allá arriba, en el juego más alto, con un mástil inmenso a sus ojos de niño. No quería bajarse, pero quería. Tenía miedo, y vergüenza también. Se formó una fila detrás de él. Dejó que algunos niños pasaran mientras observaba la altitud. El papá se acercó a ver si podía ayudar.
Algunos, solidarios a la situación, trataban de demostrar cómo se bajaba, otros giraban los ojos y sonreían a escondidas. Gabriel, parado en lo alto de la casita de madera, quería vencer ese miedo.
Jesús comprende las pequeñas y grandes aflicciones de nuestra vida. Él desea que seamos victoriosos cuando estamos tristes, con miedo o avergonzados. ¡Gabriel lo sabía! De Cristo vino la fuerza necesaria para decidir y, después de una oración silenciosa y valiente, el niño bajó ¡no solo una, sino dos... tres... cuatro veces! ¡De una vez por todas!
Aquella mañana, Gabriel comprendió que en Jesús somos fuertes y victoriosos, porque su amor por nosotros es mayor que cualquier situación difícil.
Mi oración: Querido Dios, ¡ayúdame a confiar siempre en ti!
Altitud: ¡Elevación vertical; altuuuura; algo realmente muy alto!