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Yo debía tener unos siete u ocho años. Era un tiempo cuando usaba una cinta amarilla en el cabello y lo que más me gustaba era jugar con mi muñeca «Ana Eva». Sí, ese era su nombre, que inventé porque nunca conocí a alguien con ese nombre. ¡Si te llamas Ana Eva, debes saber que pienso que tu nombre es bellísimo!
Mi familia dedicaba las tardes de sábado para visitar a los ancianos, a niños o a enfermos; personas que necesitan atención y amor. Aquella tarde de invierno, estábamos en un orfanato, que es un lugar donde viven niños que no viven con sus familiares. Mi mamá fue a ayudar a preparar la cena. Papá cantó canciones y les contó historias a los niños. Todos estaban muy atentos, pero una niña en especial estaba muy animada. Puso a un bebé en su regazo, después fue a socorrer a otro niño que se escapó de la ronda de la historia y se subió a una silla. Ella era mayor que yo, pero no tanto.
Habrá sido cansador ayudar a los demás niños, pero a ella no parecía importarle. No recuerdo su nombre, por más que me concentre lo máximo posible en recordar... Tampoco teníamos tiempo para charlar. Lo que nos unía era ayudar a los niños. ¡Yo la admiraba cada vez más! ¡Ah... cuánto desearía recordar el nombre de esa niña que tenía la belleza más importante de amar al prójimo, así como Jesús nos enseñó! Ya que no me acuerdo, voy a llamarla «Ana Eva» porque ciertamente es bellísima por dentro y por fuera, así como lo son las personas que se preocupan por amar y cuidar a los demás.
Mi oración: Señor, quiero tener la verdadera belleza de ser bondadoso, amable y fiel a lo que Jesús nos enseña. ¡Amén!
Belleza: Sonrisa fácil; gente feliz; sol en pleno invierno.