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«Mis hermanos»

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«Jesús le dijo: "No me toques, porque aún no he subido a donde está mi Padre; pero ve a donde están mis hermanos, y diles de mi parte que subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes"». Juan 20: 17, RVC

POR MUCHO TIEMPO me hice la pregunta de por qué el Señor Jesús no se apareció ni siquiera a uno de los que participaron más activamente en su juicio y crucifixión; por ejemplo, Anás, Caifás y los sacerdotes. ¿No habría sido esa la mayor evidencia de que él era todo lo que dijo ser? El Hijo de Dios, el Mesías, el Redentor del mundo.

No se apareció a esos líderes religiosos porque ellos, sencillamente, ya habían decidido no creer. Si los poderosos milagros que el Señor realizó ante sus ojos -incluyendo el de la resurrección de Lázaro-, no lograron convencerlos de su divinidad, ¿qué otra cosa podría? Bien lo dijo el Señor: «Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán, aunque alguno se levante de los muertos» (Lucas 16:31).

En cambio, el Jesús resucitado sí se apareció a los creyentes, ¡aunque ninguno de ellos esperaba la resurrección! ¿No es eso interesante? Sí que lo es, y más interesante aún es saber que, por ejemplo, se apareció a María Magdalena. ¿No fue esta la mujer de la cual el Señor expulsó siete demonios? A Pedro. ¿No fue él quien cobardemente lo negó? A Tomás. ¿No fue Tomás quien dudaba de que Jesús hubiera resucitado?

¡Definitivamente, las cosas que Dios hace a veces asombran!

Y hablando de cosas que asombran, hay una que, además de asombrarnos, también toca nuestro corazón: el momento cuando el Salvador resucitado le dice a María Magdalena: «Ve a donde están mis hermanos, y diles de mi parte que subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes».

¿Dijo: «Mis hermanos»? ¿Por qué «hermanos»? Porque «de tal manera amo Dios al mundo», que dio a su Hijo unigénito, no solo para que muriera por nosotros, sino también «para que llegara a ser miembro de la familia humana, y retuviera para siempre su naturaleza humana» (El Deseado de todas las gentes, cap. 1, p. 17). ¡Con razón el profeta dijo: «¡Un niño nos es nacido, hijo nos ha sido dado»!

¿Puede haber una mejor noticia que esta? ¡Cristo es y siempre será nuestro Salvador y Hermano!

«En Cristo, la familia de la tierra y la familia del cielo están ligadas. Cristo glorificado es nuestro hermano. El cielo está incorporado en la humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno del Amor Infinito» (El Deseado de todas las gentes, cap. 1, p. 17).

¡Oh, Dios, las cosas que tú haces! Satanás quiso separarnos de tu amor para siempre, pero ahora resulta que estamos más unidos a ti que si nunca hubiéramos pecado; y todo gracias a Cristo, nuestro Salvador ¡y nuestro Hermano!

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