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En los pasos de Jesús

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«No hagan nada por contienda o por vanagloria. Al contrario, háganlo con humildad y considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo». Filipenses 2:3, RVC

¿CUÁL ES LA ESENCIA DEL PECADO? En opinión de James Orr, esa esencia consiste básicamente en «la exaltación del yo en contra de Dios; [...]: en una palabra, egoísmo».*

Si la esencia del carácter de Dios es amor, y si sus mandamientos se resumen en amarlo a él y a nuestro prójimo, entonces podemos concluir, sin forzar las Escrituras, que la esencia del pecado es el egoísmo. Douglas Cooper ilustra bien esta idea en su libro El amor de Dios: cómo vivirlo y expresarlo, por medio del siguiente relato.

Cuenta Cooper que una señora estaba por dar a luz cuando se le presentaron serias complicaciones. La situación era tan delicada que se requería una intervención quirúrgica de emergencia. Con el mayor tacto y un espíritu muy compasivo, el médico le explicó que la operación era para salvarle la vida a ella, pero que era muy tarde para salvar la vida del bebé. Entonces la señora pidió que se llamara a un sacerdote para que administrara los rituales de su iglesia al bebé. Dio el número telefónico del sacerdote, y el médico enseguida lo llamó. Para sorpresa de todos, el hombre respondió que estaba ocupado, y que solo podría ir al día siguiente, cuando disponía de más tiempo. Incluso llegó a recomendar que, dadas las circunstancias de urgencia, el mismo médico, o una enfermera, administrara los ritos al bebé.

Al comentar la conducta del sacerdote, Cooper explica que muchas veces tendemos a limitar el concepto de pecado a lo malo que hacemos -por ejemplo, violar uno de los Diez Mandamientos, cuando en realidad el concepto es mucho más amplio: «Pecar dice él es poner en primer lugar nuestros intereses, y en segundo lugar los de Dios y los de los demás. Es ir por nuestro propio camino [...], mientras ignoramos el camino de Dios para nosotros».**

Sus palabras nos recuerdan las del apóstol Santiago: «El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado» (Sant. 4: 17). Y también la exhortación del apóstol Pablo a los filipenses, en el sentido de considerar cada uno a los demás «como superiores a sí mismo». Al actuar de esta manera, estaremos siguiendo los pasos de Aquel que «no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, [...] y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:6-8).

Santo Espíritu, mora hoy en mi corazón. Solo así podré amar como Jesús amó, servir como él sirvió.

*James Orr, citado por Edward Heppenstal en Salvation Unlimited, Review and Herald, 1974, p. 14.

** Douglas Cooper, El amor de Dios: cómo vivirlo y expresarlo; APIA, 1996, p. 17.

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