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DIEZ AÑOS HABÍAN PASADO, y la promesa a Abram de que tendría un hijo no se había cumplido. Entonces Saraí, que era estéril, le propuso a su esposo que se uniera a Agar, su sierva, para que así naciera el heredero por tanto tiempo esperado.
La propuesta de Saraí a Abram tenía antecedentes «legales» en la cultura de aquel tiempo, pues se sabe que una esclava dada a la esposa era su propiedad personal. Como tal, podía entregarla como «esposa secundaria» a su marido para que tuviera hijos por ella. Este arreglo no se podía llevar a cabo sin el consentimiento de la esposa.* Un ejemplo concreto que arroja luz sobre este tipo de uniones lo provee un antiguo texto del segundo milenio a. C., descubierto en la ciudad de Nuzi, que dice: «Kelim-ninu ha sido dada en matrimonio a Shennima [...]. Si Kelim-ninu no tiene (hijos) Kelim-ninu adquirirá una mujer de la tierra de Lullu como esposa para Shennima, y Kelim-ninu no podrá echar al descendiente».**
Aunque era «legal», la propuesta de Saraí evidenciaba falta de fe en la promesa divina. Al final, lo que en teoría parecía una solución práctica al problema de esterilidad de Saraí, terminó siendo la perfecta «receta para el desastre». Agar, «al ver que había concebido, miraba con desprecio a su señora» (Gén. 16:4). Saraí, por su parte, arremetió contra Agar, y el resultado fue una batalla campal en la que la sierva llevó la peor parte. «Como Saraí la afligía, Agar huyó de su presencia» (Gén. 16:6).
Sola y embarazada, Agar fue a parar al desierto, pero hasta allá fue el ángel de Jehová, para comunicar a la esclava fugitiva que debía regresar a casa de Saraí, y someterse a su autoridad. Y luego añade: «Estás embarazada, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción» (vers. 10-11, NVI).
No puedo imaginar la alegría de Agar al comprobar que el Dios de Abram era también su Dios. Un Dios que, no solo veía su aflicción, sino que además escuchaba su clamor. Entonces llamó a Dios por un nombre. ¿Sabes cuál fue ese nombre? «Tú eres el Dios que ve» (vers. 13).
¡Bendito sea Dios! ¡No importa donde estemos hoy, sus ojos estarán sobre nosotros!
Dios de Abram, de Sarai, de Agar: gracias porque hoy tus ojos estarán sobre mí, y tus oídos permanecerán atentos al clamor de mi corazón.
*R. Jamieson, A. R. Fausset, D. Brown, Comentario exegético y explicativo de la Biblia, Casa Bautista de Publicaciones,
1977, p. 31. **Arthur J. Ferch, Génesis: En el principio, División Interamericana, 1985, pp. 69-70.