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El pueblo de Israel anduvo cuarenta años por el desierto. Aunque Dios es omnipotente, permitió que sintieran hambre un tiempo antes de darles maná. ¿Por qué? Porque el hambre, a veces, nos hace bien. Nos anula la anestesia, nos despabila. Bien encauzada, el hambre nos lleva a depender de Dios. Considera la historia de Jacob y Esaú (Gén. 25:27-34). Un día, Esaú volvió cansado y hambriento del campo, y vio que su hermano había preparado un guiso de lentejas. Con tal de no esperar, de no soportar el dolor del hambre, Esaú vendió su primogenitura y empeñó así su futuro. Pero ¿te preguntaste alguna vez qué habría sucedido si Esaú hubiese permitido que el hambre lo humillara, obligándolo a depender de Dios?
Lamentablemente, muchas veces no esperamos lo suficiente como para recibir maná. Acallamos el hambre con comida chatarra, arruinando nuestro apetito. Sin embargo, para aprender a vivir por toda palabra que sale de la boca de Dios, debemos estar dispuestas a soportar el hambre. Jesús lo demostró. Después de ayunar por cuarenta días, Jesús sintió hambre (Mat. 4:1-11). Teniendo el poder creador al alcance de la mano, Jesús se sometió al hambre de la obediencia, confiando plenamente en el Padre y en su Palabra. Cuando finalmente Satanás se apartó de él, Jesús fue servido por ángeles y recibió pan del cielo.
De a poco, estoy aprendiendo que lo peor que puedo hacer es menospreciar el rol del hambre y llenar mi estómago con golosinas. Cuando me pregunto si Dios será lo suficientemente bueno como para satisfacerme -cuando como el plato de lentejas-, me pierdo del maná; cambio oro por baratijas. En Hambre de Dios, el evangelista John Piper reflexiona: “Si no sientes grandes ansias de ver la gloria de Dios manifestada, no es porque hayas bebido lo suficiente y estés satisfecho. Es porque has estado picoteando por largo tiempo en la mesa del mundo. Tu alma está llena de pequeñas cosas, y no hay lugar para las grandes”. Tener hambre es una extraña bendición: me permite comprobar que Dios puede alimentarme con más que pan.
Señor, no me gusta sentir hambre de ningún tipo: físico, espiritual, sexual o emocional. No es una sensación cómoda o agradable. Sin embargo, si tú permites que pase un poco de hambre, te pido que me des humildad para sobrellevarla. Tú eres el Pan de Vida y puedes satisfacer mi alma.