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La escasez del silencio

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“Pero el Señor está en su santo templo. Que toda la tierra guarde silencio delante de él” (Hab. 2:20, NTV).

Mis vecinos están remodelando su casa. El vibrar de motores y el sonido de herramientas mecánicas ha sido constante durante las últimas semanas. Esta mañana, otro vecino se sumó a la sintonía del ruido al podar un cerco vivo con una podadora eléctrica. Mientras escribo estas líneas, irónicamente, el motor del refrigerador de mi casa arrancó nuevamente, agregando su zumbido de baja frecuencia. Vivimos rodeadas de ruido: el tránsito, las permanentes notificaciones de los celulares, la televisión... Como un ejército invasor, el ruido continúa ocupando cada vez más territorio, silenciando el silencio.

Gordon Hempton, el ecologista acústico, lo ha documentado. Durante los últimos 35 años de su vida, Hempton se ha dedicado a grabar los sonidos más exóticos de nuestro planeta. En el proceso, descubrió que cada vez quedaban menos espacios sin contaminación sonora, en los que aún se puede oír el silencio. Por esto, creó un proyecto ecológico para proteger al silencio como si fuera una especie en extinción. Creo que deberíamos hacer lo mismo; no solo a nivel ecológico, sino también espiritual.

La Biblia nos instruye: “¡Quédense quietos y sepan que yo soy Dios!" (Sal. 46:10, NTV). Para oír su voz, necesitamos recalibrar nuestros oídos a través del silencio. ¿Cómo vamos a distinguir los susurros apacibles de Dios si no acallamos el ruido en nuestras vidas? Los quehaceres, las personas, el bombardeo constante de información y entretenimiento... Debemos asegurarnos de plantar y proteger un oasis de silencio en la rutina de nuestra vida. Tengo una amiga que es atareada madre y esposa. Sin embargo, toda la familia sabe que cuando ella se sienta en su rincón no deben interrumpirla: es su momento de silencio. Defiende tus momentos de silencio con Dios contra toda distracción, inclusive de cosas buenas. Recuerda las palabras del rey David: “Espero en silencio delante de Dios, porque de él proviene mi victoria. Solo él es mi roca y mi salvación, mi fortaleza donde jamás seré sacudido” (Sal. 62:1, 2, NTV).

Señor, he permitido que el ruido y las tareas me ensordezcan y me impidan oír tu voz. Perdóname, y ayúdame a crear y proteger espacios de silencio y quietud en mi rutina diaria, donde pueda oírte claramente.

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