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Espíritu de servicio

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Entonces ella se levantó, inclinó su rostro a tierra, y dijo: «Aquí me tienen, dispuesta a lavar los pies de quienes sirven a mi señor» (1 Samuel 25: 41).

SI TUVIÉRAMOS QUE DEFINIR LAS CUALIDADES DE ABIGAIL, en su corta biografía bíblica, diríamos que era una mujer temerosa de Dios, inteligente, hermosa, humilde y servicial. Al quedar viuda, David envió a algunos de sus hombres para tomarla por esposa, y al aceptar el ofrecimiento dijo: «Aquí me tienen, dispuesta a lavar los pies de quienes sirven a mi señor».

Si hubiera sido otra mujer, que conocía el destino que Dios le había preparado a David, es muy posible que también hubiera aceptado la oferta matrimonial, ¡pero para convertirse en reina! Sin embargo, Abigail demostró tener un espíritu de servicio poco común.

Siglos más tarde, ya en tiempos de Jesús, hay registros que existían leyes civiles que obligaban a la mujer y esposa a realizar labores semejantes a las de una esclava. «Los deberes de la esposa consistían en primer lugar en atender a las necesidades de la casa. Debía moler, coser, lavar, cocinar, amamantar a los hijos, hacer la cama de su marido y, en compensación de su sustento, elaborar la lana (hilar y tejer); otros añadían el deber de prepararle la copa a su marido, de lavarle la cara, las manos y los pies. La situación de sirvienta en que se encontraba la mujer frente a su marido se expresa ya en estas prescripciones; pero los derechos del esposo llegaban aún más allá» (Joachim Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús, p. 380).

Abigail tuvo el espíritu de servicio que Jesús demostró en su vida. Cuando la madre de Santiago y Juan le pidió a Jesús que sus hijos ocupasen los puestos más elevados del reino, Jesús declaró: «Ni siquiera el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mar. 10:45). Jesús demostró su aseveración en la última cena, cuando al faltar un siervo que lavara los pies de todos, «se levantó de la cena, se quitó su manto y, tomando una toalla, se la sujetó a la cintura; luego puso agua en un recipiente y comenzó a lavar los pies de los discípulos, para luego secárselos con la toalla que llevaba en la cintura» (Juan 13:4-5).

¡Qué importante es imitar este aspecto del carácter del Jesús! En un mundo que está acostumbrado a mirar el orgullo, la arrogancia y que enaltece a los soberbios, Jesús dejó su huella con un espíritu servicial que lo llevó a entregar su vida en una cruz. ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesús nuestro Salvador!

Ejemplos y enseñanzas de hijas de Dios.

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