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Las lágrimas le impidieron ver

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Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dijo: «¡María!» Entonces ella se volvió y le dijo en hebreo: «¡Raboni!» (que quiere decir, «Maestro») (Juan 20: 15-16).

JESÚS HABÍA MUERTO y ya había sido sepultado. Como su muerte fue un viernes de tarde, los familiares y amigos no habían podido realizar los servicios fúnebres que acostumbraban. Pero el domingo, «cuando todavía estaba oscuro» (Juan 20: 1), María Magdalena fue al sepulcro para darle el último adiós a su amado Maestro.

Aunque Jesús había profetizado su resurrección, nadie creyó sus palabras. María nunca se imaginó que Jesús estaba con vida. Al ver el sepulcro vacío, lloró creyendo que alguien se había llevado el cuerpo, hasta que Jesús mismo se le apareció.

¿Cómo fue posible que María no se diera cuenta que era Jesús quien le hablaba? Sus lágrimas le impidieron ver. Las lágrimas, manifestación visible del dolor que sentía por la pérdida, no le permitieron ver la gran verdad: su amado Maestro estaba vivo y a su lado.

También en nuestros días hay miles de hijos de Dios que están dolidos, angustiados y lastimados. Algunos sienten el dolor y lloran por las consecuencias de una mala decisión. Si pudieran retroceder en el tiempo no volverían a tomar el camino que tomaron, pero es tarde. Hay decisiones que una vez tomadas marcan a vida para siempre.

Otros están lastimados porque se sienten solos. Por muchas décadas estuvieron rodeados de una gran familia, sin embargo, las vueltas de la vida los dejó excluidos de los que aman. Llamadas telefónicas, mensajes de texto y correos son los pequeños vestigios que aún quedan de esa gran camaradería que se disfrutaba en el hogar.

También están aquellos que sienten el vacío de una pérdida familiar. Parece inevitable llorar al mirar los restos de un ser querido que no tiene vida. Los últimos momentos junto al fallecido quedan fijados en la memoria de una manera especial y esos recuerdos afloran las lágrimas sobre los ojos.

Pero Jesús siempre está a nuestro lado. Al igual que María, muchas veces as lágrimas nos impiden ver que Jesús nos está acompañando, ya que nos prometió: «Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28: 20). Esa promesa es tan segura hoy como cuando sus labios la pronunciaron. Si te secas las lágrimas, verás que Jesús nunca te abandonó, sino que en los momentos de mayor dolor, él siempre estuvo contigo.

Ejemplos y enseñanzas de hijas de Dios.

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