Regresar

En sus brazos

Play/Pause Stop
Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá en sus brazos (Salmos 27: 10, NVI).

EN LOS AÑOS QUE TRABAJÉ EN COLEGIOS ADVENTISTAS, tuve un alumno que fue realmente problemático. Prácticamente no tenía amigos, pues solo molestaba o peleaba con sus compañeros. Los profesores no lo toleraban en el aula por los desmanes que hacía y los padres recurrían a toda persona entendida para recibir orientación sobre cómo educarlo. En una charla personal con sus padres, me contaron la cantidad de penurias que este muchacho les hacía pasar, y al final me dijeron: «Quizá todo esto pasa porque él no es nuestro hijo biológico. Sus padres lo abandonaron y a nosotros nos dio lástima y lo adoptamos».

Entre las tristes consecuencias del pecado en este mundo, está aquella que perjudicó el afecto paternal. Hombres y mujeres que deberían tener amor y compromiso por una criatura engendrada, se desentienden de ella y hasta parecen olvidarla. Miles de niños y niñas hoy viven en hogares adoptivos o en orfanatos porque sus progenitores desaparecieron.

A nivel espiritual, el pecado primeramente produjo una gran separación entre el hombre y su padre celestial. La transgresión de la ley divina nos apartó de nuestro Creador y nos colocó en los fríos brazos de un mundo agonizante. El pecado, lejos de dar libertad, es la esclavitud más triste que padece el hombre porque nos separa de nuestro Hacedor.

Más allá de lo que el pecado haya causado, Jesús, el Hijo de Dios, vino a este mundo a unir lo que el pecado separó. No importa qué tan lejos se haya caído, no importa cuán terrible haya sido el pecado, cuando se decide volver a Dios, él siempre nos está esperando. «Venid a Jesús, y recibid descanso y paz. Ahora mismo podéis tener la bendición. Satanás os sugiere que sois impotentes y que no podéis bendeciros a vosotros mismos. Es verdad: sois impotentes. Pero exaltad a Jesús delante de él: "Tengo un Salvador resucitado. En él confío y él nunca permitirá que yo sea confundido. Yo triunfo en su nombre. Él es mi justicia y mi corona de regocijo". En lo que respecta a esto, nadie piense que su caso es sin esperanza, pues no es así. Quizá os parezca que sois pecadores y estáis perdidos, pero precisamente por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados que confesar, no perdáis tiempo. Los momentos son de oro [...] Serán saciados los que tienen hambre y sed de justicia, pues Jesús lo ha prometido. ¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibirnos, y su gran corazón de amor espera para bendecirnos» (Elena G. White, Mensajes Selectos, t. 1, p. 414).

Ejemplos y enseñanzas de cantores y poetas.

Matutina para Android