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Labios puros

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Cuando llegue el momento, devolveré a los pueblos la pureza de labios, para que todos invoquen mi nombre y me sirvan con espíritu unánime (Sofonías 3: 9).

LUEGO DE HACER ALGUNAS VISITAS, regresé a mi hogar y me puse ropa deportiva. Era una tarde soleada, los jóvenes de la iglesia me habían invitado a jugar con ellos al fútbol y no quería fallarles. Comenzamos a jugar y los dos equipos eran muy parejos, así que todos entregamos nuestras energías al máximo para poder ganar. En cierto momento un joven cometió una grave equivocación, y otro lo reprendió con malas palabras. Cuando lo escuché le pedí que no dijera malas palabras, a lo que me respondió:

—Pastor, no estamos en la iglesia. ¿Qué problema hay con las malas palabras?

—No se trata del lugar —respondí yo haciendo una pausa-, se trata de quién nos acompaña. ¿No se te ocurrió pensar que Jesús y sus ángeles están a nuestro lado viendo como jugamos?

El joven no respondió y el resto del grupo hizo lo posible para evitar decirlas, aunque por momentos la mala costumbre salía a flote y me miraban de reojo.

Actualmente estamos viviendo en una sociedad que usa y abusa de las malas palabras en su comunicación. Canciones populares, programas radiales y televisivos, películas y hasta medios impresos, expresan palabras de índole sexual, peyorativas y perjudiciales. Incluso ya no es sinónimo de educación abstenerse de las malas palabras, porque personas con títulos universitarios y con cargos políticos las dicen sin ningún reparo. Daría la impresión que lo que antes se entendía por «malas palabras» ya no lo es. La constante repetición de esas palabras le quitó el sentido de «malas» y para muchos es solo una forma de expresarse.

Si ponemos atención al contenido de las «malas palabras» veremos que siguen siendo ofensivas, dañinas, ultrajantes y denigrantes. Nuestras palabras tienen poder para identificarnos con Jesús o para identificarnos con el mundo que no le conoce. Nuestras palabras muestran a quién tenemos en nuestro corazón.

Y tu vocabulario, ¿con quién te identifica? ¿Le permitiste al mundo que te «contagie» con su manera de hablar? ¿Reflejan tus palabras que eres un seguidor de Jesús, incluso cuando te sientes irritado o enojado?

Dios promete, a todos los que formamos el Israel espiritual, darnos «pureza de labios, para que todos invoquen» su Nombre. ¿Deseas tú esa pureza? Si la deseas de corazón, pídele a Dios que transforme tu manera de hablar, y verás que tus palabras serán una bendición para quienes te escuchan.

Eejmplos y enseñanzas de profetas menores.

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