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Una pregunta para todos

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El Señor le dijo: «¿Te parece bien enojarte tanto?» (Jonás 4:4).

JONÁS NUNCA ACEPTÓ EN SU CORAZÓN la misión que Dios le encomendó a favor de los ninivitas. Después de reflexionar en el vientre de un gran pez, realizó su misión, pero nunca quiso que Nínive recibiera el perdón divino.

Al ver que su mensaje tuvo éxito y que la sentencia de muerte fue aplazada, se enojó con Dios y deseó la muerte. Jonás no vislumbró que la misma misericordia que se extendió a él en el vientre del pez, era la que ahora se extendía hacia los ninivitas. Dios le habló como a un amigo tratando que recapacite y le preguntó: «¿Te parece bien enojarte tanto?».

Personalmente, me he visto reflejado en la actitud de Jonás y he tenido que aplicar a mi propia vida la pregunta de Dios, ya que el enojo es parte de la existencia humana. ¿Quién no ha experimentado el enojo alguna vez? Dentro del ámbito de la iglesia he visto el enojo frente a una injusticia sufrida en carne propia o hacia un ser amado, al sentir el orgullo herido, ante la falta de reconocimiento, al escuchar de labios de otros nuestros errores, al ver que las cosas no salen como se esperaban o cuando un amigo nos traiciona.

Pero el enojo no siempre es la consecuencia a una causa racional, ya que hay personas que comienzan el día enojados, sin tener una razón justificable. Sencillamente, al levantarse notan que su estado de ánimo no es el mejor y están enojados. Pero más allá de si el enojo es justificado o no, Dios nos pregunta como a Jonás: «¿Te parece bien enojarte tanto?».

Como el enojo entró al mundo como consecuencia del pecado, en las Escrituras encontramos algunos consejos para superarlo. El Señor Jesús mostró cuán cerca está el enojo del odio y de la transgresión del sexto mandamiento: «Yo les digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio, y cualquiera que a su hermano le diga "necio", será culpable ante el concilio» (Mat. 5:22). Por esta causa el apóstol Pablo aconsejó: «Enójense, pero no pequen; reconcíliense antes de que el sol se ponga» (Efesios 4: 26).

En tu crecimiento espiritual, ¿has logrado superar el enojo? ¿Le permites a esta reacción que te controle, o le das lugar al Espíritu Santo para que dirija tus sentimientos? Nuestro Padre eterno desea que cada uno de sus hijos procure vivir como viviremos junto a él en las mansiones eternas, y pone a nuestro alcance su Santo Espíritu para que en nuestra vida solo se vean los frutos que él produce.

Ejemplos y enseñanzas de profetas menores.

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