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La Biblia de Aitken

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«En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119:11, RV95).

A veces nos acostumbramos tanto a algo que no pensamos mucho en ello. Como la Biblia. Las Biblias están en todas partes y en muchas versiones.

Damos por sentado que siempre tendremos una. O tal vez pensamos que, si tuviéramos que hacerlo, nos las arreglaríamos bien sin ella. ¿De verdad? ¿Cuánto lees tu Biblia? ¿Qué diferencia habría si desapareciera y no pudieras recuperarla?

Consideremos un escenario semejante. Estados Unidos estaba en guerra con los británicos. La guerra había durado unos tres años y había cortado muchos de los suministros que los estadounidenses recibían de Europa. Las Biblias impresas eran uno de ellos. La situación había empeorado tanto que, en el otoño de 1777, el Congreso pidió al Comité de Comercio de los Estados Unidos que viera si podía importar 20,000 Biblias de «Escocia, Holanda o cualquier otro lugar». Pero había guerra en alta mar, y nadie podía ni quería correr el riesgo.

Pasaron tres años. Entonces, en enero de 1781, un impresor de Filadelfia llamado Robert Aitken tuvo una idea: escribió al Congreso ofreciéndose a imprimir ejemplares del Antiguo y del Nuevo Testamento, y pidió al gobierno que respaldara oficialmente el proyecto. Si le daban su bendición, estaría dispuesto a imprimir la Biblia y a absorber los gastos.

El 21 de septiembre de 1782, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley que autorizaba oficialmente la impresión de una versión de la Biblia: «Aprobamos la empresa del señor Aitken y recomendamos esta edición de la Biblia a los habitantes de los Estados Unidos». Su deseo era que se utilizara en el ejército y en las escuelas para ayudar a distinguir el bien del mal. No es de extrañar que la noticia apareciera en las portadas de todos los periódicos. «La Biblia de Aitken es aprobada por el Congreso».

En los Estados Unidos nunca se ha recomendado una religión sobre otra, pero sí se avaló una impresión de la Biblia, y eso es digno de elogio. La impresión era muy cara en aquella época, y si ibas a imprimir algo, tenías que estar seguro de que se vendería. Pues bien, la Biblia ha demostrado una y otra vez que es un éxito de ventas. En todas las épocas ha sido popular, y los primeros días de Norteamérica no fueron la excepción.

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