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Hoy te voy a contar la historia de un niño de tu edad, a quien le gustaba salir a pasear con su papá. Les encantaban las montañas. Disfrutaban i de caminar juntos a orillas del río y escuchar los sonidos de la naturaleza. Una mañana, luego de analizar el mapa, decidieron conocer otra ruta y emprendieron la caminata. Llegaron a una parte del camino bastante empinada. La caminata se ponía interesante cuando, de repente, el pequeño niño se tropezó, se cayó, y de dolor gritó:
-Ayyyyyy.
Su sorpresa fue grande cuando casi inmediatamente, en algún lugar de la montaña, escuchó una voz que repitió:
-Ayyyyyy. Con mucha curiosidad, el niño gritó:
-¿Quién eres túúú?
E inmediatamente volvió a escuchar la misma pregunta. Esto no pareció gustarle al niño que, muy enojado, gritó:
-¡Cobardeeee! Pero recibió una respuesta parecida. Entonces, miró a su padre y le dijo:
-¿Escuchaste? Parece que algún lugar de la montaña hay un niño malo.
El padre sonrió, lleno de aire sus pulmones y gritó en dirección a la montaña:
-¡Hola, amigooo! Y la voz respondió:
-¡Hola, amigooo!
Ante la mirada atenta y desconcertada de su hijo volvió a gritar:
-¡Eres un campeóóón!
La voz respondió:
-¡Eres un campeóóón!
Al ver el desconcierto de su hijo, el padre le explicó que la gente lo llama eco, pero es la realidad de la vida: ella te devuelve todo lo que haces o dices. ¡Qué lección impresionante! Por eso, la educación y los buenos modales son importantes para producir un efecto positivo y mutuo entre las personas. Trata a los demás como quieres ser tratado. Que tus palabras sean como dice nuestro versículo. ¡Tu vida no es una coincidencia, es un eco de ti mismo! Magaly