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LA ORDEN SE HABÍA DADO: todos los niños varones recién nacidos debían echarse en el río. Faraón no quería que el pueblo de Israel se multiplicara y tomara fuerza. Las únicas que podrían vivir serían las mujeres.
A Amram y Jocabed les nació un niño hermoso. Lo escondieron durante tres meses, pero se dieron cuenta de que ya no podían ocultarlo más. Construyeron una canasta de juncos, y le pusieron brea y asfalto para que el agua no entrara. Luego colocaron al niño dentro de ella y lo llevaron al río. María, la hermana, lo cuidaba fielmente.
De pronto, la hija del faraón se dirigió al río para bañarse y, al ver la canasta flotando, mandó a que se la trajeran. Al abrirla, vio a aquel hermoso niño hebreo llorando. La princesa tuvo compasión por el bebé, a quien adoptó como su propio hijo.
Querido amiguito, si tú eres un hijo del corazón, dale gracias a Dios por el amor de tus padres adoptivos y por los cuidados que te brindan. Ámalos, obedécelos y agradece lo que te han dado al seguir sus consejos. Cuando seas grande, devuélveles todo ese amor con tus atenciones. Mantén presente que Jesús hizo lo mismo con nosotros.
Oremos: «Querido Jesús, gracias por mis padres. Gracias por tu bondad y misericordia. Amén».