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Peregrinos

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«Le dijo a José: "El Dios todopoderoso se me apareció en la ciudad de Luz, en la tierra de Canaán, y me bendijo con estas palabras: Mira, yo haré que tengas muchos hijos, y que tus descendientes lleguen a formar un conjunto de naciones. Además, a tu descendencia le daré esta tierra. Será de ellos para siempre» (Génesis 48: 3-4).

Abraham vivió ciento setenta y cinco años; Isaac ciento ochenta; Jacob ciento cuarenta y siete; José ciento diez. ¿Qué tuvieron ellos en común? Todos vivieron por fe. Sabían que Dios iba a actuar aunque ellos no estuvieran presentes y que el Señor cumpliría la promesa de darles la tierra que fluía leche y miel a sus descendientes. Igualmente, confiaban que de entre su pueblo iba a nacer el Redentor del mundo. Por lo tanto, no importa cuán bien podrían vivir y cuán grande fuera su riqueza, sabían que eran peregrinos en este mundo y que Dios tenía preparado algo mejor y permanente para ellos, la Patria celestial. El autor de la Carta a los Hebreos expresa atinadamente qué fue lo que los impulsó y cómo pensaban los patriarcas: «Todas esas personas murieron sin haber recibido las cosas que Dios había prometido; pero como tenían fe, las vieron de lejos, y las saludaron reconociéndose a sí mismos como extranjeros de paso por este mundo [...] Si hubieran estado pensando en la tierra de donde salieron, bien podrían haber regresado allá; pero ellos deseaban una patria mejor, es decir, la patria celestial. Por de ser llamado ciudad» (11: 13, 15-16),

Además de su fe, tuvieron en común que todos cometieron errores, eran humanos, tenían debilidades y fracasos como nosotros. No eran perfectos, pero nunca se olvidaron de Dios. Siempre acudieron a él y con humildad reconocieron sus faltas. Levantaban un altar y sacrificaban un cordero para simbolizar su fe en Cristo Jesús. Dios los aceptó por su gracia. Conforme pasó el tiempo, llegaron a reflejar cada vez más nítidamente el carácter del Eterno e impactarnos no solo a una nación, sino al mundo entero. Su influencia positiva nos inspira hoy.

Asimismo, nosotros somos peregrinos. Este mundo no es nuestro hogar. Dios nos tiene reservado un lugar mucho mejor que Canaán. Quiere llevarnos al cielo. Mientras tanto, podemos confiar cada día más en su Palabra, depender siempre de él, reflejar su amor y compartir nuestra esperanza.

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