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La Soberanía Divina

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No te hagas ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar debajo de la tierra» (Éxodo 20: 4).

Mientras que el primer mandamiento nos enseña quién es el verdadero Dios, el segundo nos indica cómo debemos adorarlo. El primero nos advierte sobre los dioses falsos, el segundo sobre la adoración falsa. La idolatría limita a Dios de acuerdo a nuestra perspectiva. Por más costosa o grande que sea una imagen, lo único que promueve es el empequeñecimiento divino. Es un intento por colocar a Dios según nuestro tamaño, nivel y comprensión. Transgredir el segundo mandamiento graba en nuestra mente una pobre imagen de Dios. Si pensamos que Dios es lo que nuestros ojos ven, pronto dudaremos que nos pueda ayudar en nuestros desafíos y no lo reconoceremos como el Creador del universo.

El profeta Habacuc resalta la falacia de adorar imágenes: «¿De qué sirve una escultura en cuanto ha sido terminada? ¿De qué sirve una imagen que solo lleva a la mentira? Los ídolos no pueden hablar; ¿cómo, pues, podrá confiar en ellos el hombre que los fabrica? ¡Ay de ti, que a un ídolo de madera le dices que despierte, y a una piedra muda, que se ponga de pie! ¿Podrán ellos comunicar mensaje alguno? ¡No, porque no tienen vida propia, aunque estén recubiertos de oro y plata!» (Habacuc 2: 18-19).

La idolatría también se manifiesta en la imitación de los llamados héroes juveniles contemporáneos como actores, actrices, deportistas, cantantes, influencers. Al admirarlos e imitarlos se produce el llamado «<efecto espejo»; es decir, llegamos a parecernos a lo que contemplamos.

La Biblia nos enseña que la única manera aceptable de adorar a Dios es en espíritu y en verdad porque el Señor es Espíritu (Juan 4: 23-24). La enseñanza que Jesús destaca es que el Espíritu Santo nos motiva e impulsa a adorarlo. Adorarlo en verdad nos vincula a la Biblia, la única fuente de verdad respecto a nuestra salvación. Finalmente, ¿cómo adoramos a Dios en la práctica? Cuando le damos gloria a través de nuestras decisiones y comportamiento. Pablo lo expresó así: «En todo caso, lo mismo si comen, que si beben, que si hacen cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10: 31).

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