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Integridad

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«No robes (Éxodo 20: 15).

Si a ti, a un familiar o amigo le han-robado cualquier pertenencia, coincidirás conmigo que no es una experiencia grata. Nos sentimos agraviados, pues invaden nuestra privacidad. El ofensor no muestra respeto por lo que nos pertenece. Sin embargo, desobedecer el octavo mandamiento no se limita a que nos arrebaten nuestras posesiones. Existen muchas formas sutiles de desobedecer esta orden las cuales debes evitar a toda costa. Por ejemplo: se puede robar la identidad, el tiempo de otras personas, la confianza, las respuestas de un examen, el crédito de una idea o plan; se roba cuando se reproduce material que no es tuyo.

Éxodo capítulos 22 y 23 explica este mandamiento en asuntos prácticos del diario vivir de Israel. Ahí aprendemos que la persona que había robado estaba obligada a restituir el robo con creces (Éxodo 22: 4). Si el ofensor no podía restituir, debía trabajar hasta saldar la deuda (vers. 3). Si alguien perdía o dañaba algo prestado debía pagarlo (vers. 14). Si alguien encontraba algún objeto o animal tenía el deber de localizar al dueño (Éxodo 23: 4).

Si has incurrido en alguna forma sutil de desobediencia de este mandato, arrepiéntete y con la ayuda de Dios modifica tu comportamiento. Cuando Jesús vino a este mundo se ganó la fama entre los fariseos de que le gustaba comer y convivir con cobradores de impuestos. Ellos tenía una mala reputación de cobrar más dinero del que la gente tenía que pagar, así que eran ladrones de cuello blanco; pero a ellos también los buscó el Señor y muchos cambiaron, se entregaron a Jesús y Dios los perdonó.

Hace dos mil años, un poco antes de que Jesús muriera en la cruz, un ladrón contempló en él al cordero de Dios; vio la paz en su mirada, escuchó la oración a favor de los soldados, entonces, conmovido por su propia culpabilidad clamó: «"Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar"» (Lucas 23:42). Este ladrón se ha convertido en el más famoso que cualquiera que haya robado una valiosa pieza de un museo o una cantidad exorbitante de dinero de algún banco. La razón de su fama no consiste en lo mal que había hecho, sino en que a pesar de sus errores y en el último instante de su vida, se arrepintió, Jesús lo perdonó y le aseguró que estaría en el reino eterno. Su experiencia nos sirve para recordar la gracia de Dios.

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