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¿Quién es tu Rey?

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El Señor le respondió: "Atiende cualquier petición que el pueblo te haga, pues no es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que yo no reine sobre ellos"» (1 Samuel 8: 7).

Después de la intervención de Dios para librar a su pueblo con un gran trueno, transcurrieron unos veinte años hasta el incidente del capítulo 8. Esto lo podemos saber, pues dice el 8:1 que ahora Samuel ya era viejo. Samuel tomó la iniciativa de nombrar a sus hijos como los jueces sucesores. Tristemente, para Samuel, sus hijos no eran fieles a Dios como él, lo cual era del conocimiento de muchos. Así que la gente se dirigió a Samuel con una súplica: concédenos un rey para ser como las demás naciones (vers. 5). Esta noticia no agradó a Samuel porque sabía que así estaban rechazando a Dios como rey. Aun así, la indicación divina fue que el profeta atendiera la petición.

Cuando Samuel se dirigió al pueblo le advirtió qué representaba tener un rey; en esencia, un rey nunca iba a dar algo a favor de Israel, más bien, cualquier monarquía siempre se distingue por pedir y así marcar una diferencia entre el pueblo y la casa real. Por lo tanto, Samuel les dijo que un rey les iba a pedir a sus hijos para llevarlos al ejército; a sus hijas para que trabajaran como cocineras; para sostener a un rey, este les iba a quitar tierras, animales, alimento y dinero. Pero el pueblo se mantuvo: «Sin tomar en cuenta la advertencia de Samuel, respondió: "No importa. Queremos tener rey, para ser como las otras naciones"» (1 Samuel 8:19-20).

En tu caso, ¿quién es tu rey? A quién estás dispuesto a darle lo mejor de ti. La Biblia dice que para que te vaya bien, debes hacer de Dios tu rey. Nota algo muy interesante y alentador: mientras que los llamados «reyes»> terrenales siempre piden y nunca dan, el Rey celestial siempre da y lo que te llega a solicitar es para tu bien. Por ejemplo: es él quien nos da vida, salud, alimento, oportunidades, inteligencia y protección. No solo eso, nos dio su don más preciado, a su propio Hijo para que muriera en la cruz del Calvario y así garantizarnos la salvación y la vida eterna.

Al hacer de nuestro Padre celestial nuestro rey, él nos requerirá obediencia por amor. Nuestro servicio a su causa debe ser por gratitud. Nuestra entrega absoluta a sus intereses en esta tierra es por lealtad; puedes estar seguro de que todo lo que le entregues redundará en mayor beneficio para ti.

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