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A pesar de que Dios había descartado a Saúl como rey de Israel desde el capítulo 13, el Señor le concedió una oportunidad más, pero él no la aprovechó. En este capítulo la orden fue clara: destruir por completo a los amalecitas, incluso sus animales. Pero a Saúl le pareció insignificante alterar la indicación divina: «Saúl y su gente también se quedaron con lo mejor de sus animales: ovejas, toros, becerros engordados y carneros; lo de poco valor lo destruyeron» (1 Samuel 15: 9). Cuando se acercó el profeta Samuel y escuchó el sonido característico de cada uno de estos animales, Saúl primero mintió: «<Yo cumplí con lo que me ordenó el Señor» (vers. 20). Luego, culpó a otras personas: «Fue el pueblo quien tomó lo mejor de las ovejas y vacas» (vers. 21). Por último, justificó su proceder: «Para ofrecer sacrificios al Señor tu Dios en Gilgal» (vers. 21).
Aunque a los ojos del pueblo Saúl había obtenido una gran victoria, delante de Dios ese fue su último día como rey. Saúl demostró que tenía en poco las órdenes divinas. Seamos cuidadosos; hoy honramos a Dios cuando obedecemos sus indicaciones por sencillas, absurdas, ilógicas o contrarias a lo que cree la generalidad de las personas.
El argumento de Saúl de dejar con vida lo mejor de los animales con el propósito de sacrificarlos al Señor le pareció un buen negocio, pues así no necesitaría tomar de su propio ganado para ofrendar. Su razonamiento fue absurdo. Para ofrendar de verdad debemos hacerlo de lo que nos pertenece. No tiene sentido que tomes algo de tu vecino para entregarlo como ofrenda en el templo. Por otra parte, aun cuando la ofrenda sea nuestra, lo que más le importa a Dios es nuestra obediencia y la rectitud de nuestro corazón. No importa lo grande o cuantiosa de la ofrenda, carece de valor cuando desobedecemos su voluntad.
¿Qué es la rectitud de corazón? Mientras Jesús desarrolló su ministerio, amonestó a muchas personas que se cuidaban de dar un diezmo exacto de todo, pero dejaban de lado lo más valioso. Eso valioso es lo que demuestra la rectitud del corazón que Dios desea que desarrollemos: la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23: 23).