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La idolatría en la vida de Salomón no ocurrió súbitamente. Fue un proceso gradual del cual ni él mismo podría identificar con exactitud cuándo llegó mayoría extranjeras (Egipto, Moab, Edom, Amón, Sidón y heteas, 1 Reyes 11:1). Al principio, solo permitió que ellas conservaran sus costumbres y adoraran; después, les facilitó la adoración al proveerles recursos para que edificaran sitios de adoración; finalmente, él se unió a ellas en esa adoración. Es decir, llegó a adorar a los dioses de esas naciones: Astarté, Milcom, Quemós y Moloc. Aprendemos que en cuanto a la desobediencia a Dios no se debe tolerar el mal en lo más mínimo en nuestra vida, pues llegará el momento en que lo que desaprobábamos, lleguemos a aprobar.
En cuanto a esto, Salomón conocía muy bien la orden de Dios, incluso la había escrito, pues Deuteronomio 7: 3-4 menciona: «Tampoco deberán ustedes emparentar con ellas, ni casar a sus hijos e hijas con las jóvenes y los muchachos de esa gente, porque ellos harán que los hijos de ustedes se aparten del Señor y adoren a otros dioses». La actitud de Salomón demuestra que ni toda la sabiduría ni todo el conocimiento de la voluntad de Dios nos previene del engaño cuando descuidamos la lectura diaria de la Biblia y la oración.
Resulta por demás frustrante que Salomón inició como un rey «amado de Dios». Tuvo más ventajas que su padre David, y el propio David le mostró el camino a seguir para que tuviera éxito. Además, Dios mismo se le apareció en dos ocasiones. Ahora, Dios admite que está enojado con Salomón: «El Señor, Dios de Israel, se enojó con Salomón, porque su corazón se había apartado de él, que se le había aparecido dos veces» (1 Reyes 11: 9).
Sin embargo, la gracia de Dios se manifestó a Salomón. Siendo ya un anciano, reconoció su desobediencia, se arrepintió, confesó su pecado y Dios lo perdonó. Entonces escribió su último libro que es Eclesiastés; en él, reconoce la insignificancia de la vida sin Dios; asimismo, lo inútil que resultan los placeres, las riquezas y todo el conocimiento si vamos a dejar a Dios fuera de nuestra vida. Por lo tanto, termina el libro con la clave para que te vaya bien: obedece los mandamientos.