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Las batallas son del Señor

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Pongan atención, habitantes de Judá y de Jerusalén, y tú, rey Josafat. El Señor les dice: "No tengan miedo ni se asusten ante ese gran ejército, porque esta guerra no es de ustedes sino de Dios» (2 Crónicas 20: 15).

Ante el éxito de Judá era imposible que una sola nación pudiera hacerles frente, así que tres naciones se aliaron: los moabitas, amonitas y maonitas. Entonces el rey se humilló ante Dios y ordenó que toda la nación ayunara. Josafat actuó sabiamente, a pesar de que había fortificado sus ciudades y tenía un numeroso ejército, no confió en sus recursos ni en su estrategia, recurrió a Dios. Nosotros, como Josafat, más de una vez no sabemos qué hacer cuando nos sentimos amenazados y experimentamos que todo está en contra, pero como el rey podemos decir: «¡No sabemos qué hacer; por eso tenemos los ojos puestos en ti» (vers! 12).

Así que Josafat oró. Mientras oraba, recapituló cómo Dios había librado a Israel desde siglos atrás. Mencionó el pacto hecho con Abraham. Asimismo, recordó la oración de su tatarabuelo Salomón. Ahora restaba esperar. Y no tardó mucho la respuesta. En esta ocasión Dios se manifestó mediante el profeta Jahaziel (vers. 14). El versículo de este día constituye la respuesta de Dios, mediante el profeta, para el rey. En términos prácticos, Dios también les indicó la estrategia, una estrategia absurda para personas que no tuvieran fe. Hay ocasiones cuando uno debe orar con fervor y luego esforzarse en extremo para lograr el objetivo. Pero hay otras clases de estrategias, como esta: «No son ustedes los que van a pelear esta batalla. Tomen posiciones, estense quietos y verán cómo el Señor los librará» (vers. 17).

El rey manifestó su confianza a la extraña orden, pues se inclinó a adorar al Señor (vers. 18) y ordenó al pueblo que atendiera a la voz profética para que fueran prosperados (vers. 20). Lo que el pueblo tendría que hacer era alabar y adorar a Dios antes de la batalla (vers. 18); una vez más, alabar a Dios en la batalla. El tema de su canto era: «Den gracias al Señor, porque su amor es eterno» (vers. 21). Entonces, Dios confundió a los enemigos de tal manera que se destruyeron entre ellos (vers. 22). Por último, después de llevarse del botín, el pueblo adoró a Dios después de la batalla (vers. 27-28).

El crédito era de Dios de principio a fin. Las armas efectivas fueron la fe, la oración y la alabanza. Hoy, cuando no sepas qué hacer, acude a Dios, él te responderá. Confía absolutamente. Usa las armas divinas.

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