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Salvación por Gracia

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Entre tanto, el Señor había dispuesto un enorme pez para que se tragara a Jonás. Y Jonás pasó tres días y tres noches dentro del pez» (Jonás 1: 17).

Desconocemos el nombre del gran pez, pero sí podemos llamarlo el pez de la «misericordia» divina, pues sirvió para preservar la vida del profeta. El obstinado mensajero permanecía tan firme en su decisión que tuvieron que pasar tres días para que clamara a Dios y pidiera ser rescatado de su condición. No puedo imaginar la condición que vivió el profeta: en la profundidad, en la oscuridad, acompañado de olores desagradables; en realidad, sintió como si hubiera sido sepultado vivo. Supuso que nunca más vería la luz ni pisaría la tierra. Su escalofriante experiencia nunca la imaginó, pero se convirtió en la herramienta de Dios para que Jonás acudiera a él. En efecto, oró como nunca.

Dos elementos clave sirvieron para confortar al profeta, en primer lugar su sinceridad. Reconoció que había obstáculos en su propia vida que le impedían ser plenamente leal a Dios. Así lo declaró: «Los que siguen a los ídolos dejan de ser leales» (2:8). Tales ídolos pueden ser objetos concretos, o asuntos subjetivos. La versión Reina Valera 1995 dice: «Los que siguen vanidades ilusorias, su fidelidad abandonan». Es decir, un ídolo puede ser la codicia, algo que no tenemos, pero deseamos. Puede implicar asuntos tan triviales y pasajeros que son comparables al vapor. Un aspecto importante consiste en que cuando «los ídolos» o «vanidades ilusorias»> nos impiden seguir a Dios, la consecuencia es alejarnos de él.

El siguiente aspecto que motivó al profeta fue el templo. Dos veces lo menciona en su oración en los versículos 4 y 7. Cuando el rey Salomón lo dedicó, anticipó que si el pueblo se apartaba de Dios e incluso era llevado cautivo, entonces desde cualquier lugar podrían orar arrepentidos en dirección al templo y Dios escucharía (1 Reyes 8:44-45). Para concluir su oración, Jonás mencionó lo mismo que los marineros entendieron sin tanta dificultad: «Con voz de gratitud, te ofreceré sacrificios; cumpliré las promesas que te hice» (vers. 9). Entonces el pez lo vomitó en tierra firme. Si bien merecía morir por su rebeldía, Dios lo salvó porque Jesús vendría a ocupar su lugar. Jesús descendió a lo más profundo y oscuro que el hombre pueda descender, pues llevó sobre sí el pecado de todos. Durante tres días y tres noches permaneció en el sepulcro, pero de manera espectacular resucitó para garantizar nuestra salvación (Mateo 12: 40).

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