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El remanente

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«Yo dejaré en ti gente humilde y sencilla, que pondrá su confianza en mi nombre» (Sofonías 3:12).

Algo que caracteriza los mensajes proféticos es que por más severos que sean, todos terminan con una nota de esperanza. Aunque la maldad sea generalizada, en cada época ha existido un buen número de personas que se han caracterizado por amar y obedecer a Dios. Por lo tanto, es a ellos a quienes Dios les ofrece protección y liberación. Previo al diluvio, fue Noé y su familia quienes amaban a Dios y él les proveyó la vía de escape a través del arca. Asimismo, en medio del caos social y el mundo afectado por desastres naturales Dios será refugio de quienes lo esperan.

En primer lugar, quienes esperan al Señor se caracterizan por su humildad y sencillez, esto significa que han puesto su confianza absoluta en Dios para su salvación, no confían ni en personas ni en sus propias obras.

Sofonías anticipa que cuando Jesús regrese, de cada nación de la tierra habrá personas que adorarán a Dios. Las siguientes palabras lo enfatizan: «Cuando eso llegue, purificaré el lenguaje de los pueblos, para que todos me invoquen» (vers. 9). Estas palabras implican hablar de temas puros, la disposición para alabar a Dios y adorarlo. Es el resultado de estudiar la Santa Biblia. Jesús lo expuso así: «El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca»> (Lucas 6:45).

Además, el grupo de personas fieles se caracterizará por seguir a Dios, no mentir, engañar, ni cometer injusticia. El apóstol Juan retoma el concepto del remanente, las personas fieles a Dios que experimentarán la última crisis antes de la venida de Jesús. En su vida práctica, «siguen al Cordero por dondequiera que va. Fueron salvados de entre los hombres como primera ofrenda para Dios y para el Cordero. No se encontró ninguna mentira en sus labios, pues son intachables (Apocalipsis 14: 4-5).

Para alcanzar este ideal requerimos el nuevo nacimiento, la transformación del corazón, de tal manera que tan pronto como sigamos a Jesús y le permitamos guiarnos, nos gocemos en adorarle y estemos dispuestos a servirle. A medida que esto suceda, nuestra confianza en él se incrementará; en consecuencia, sin importar la adversidad, Dios será nuestro refugio.

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