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EL DIOS DE LA VIDA

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“No matarás” (Éxodo 20:13).

El sexto Mandamiento retrata a Dios como el Autor y Señor de la vida. Si hay una orden suya cuyo respeto es urgente hoy, es “No matarás”. Son inenarrables las escenas que demuestran la depreciación que ha sufrido la vida. Dios confirió a la vida un carácter sagrado e inviolable, por lo que nunca será aceptable para él ningún acto que contribuya a la eliminación, ni a la disminución de la calidad o de la duración de la vida, de cualquiera de sus criaturas. No hay forma de justificar el maltrato, la vejación, la discriminación, el ultraje o el dar muerte a un ser humano. Este mandamiento es tan elemental para la supervivencia de la especie humana, que en su redacción no se presenta ninguna explicación ni se ofrece recompensa o castigo por parte de Dios. Todo lo que atente contra la vida es inaceptable. 

El sexto mandamiento muestra el carácter amoroso de Dios. Él valora la vida de todas sus criaturas y ordena que lo imitemos. Toda acción humana debe asegurarse de proteger y preservar la vida. Respetar la vida del prójimo es un sagrado cometido cristiano, puesto que, al igual que nosotros, todos los demás han sido creados también por Dios, y a su imagen. Somos todos hermanos. 

¿Y qué me dices de respetar la vida propia? Con este mandato Dios nos enseña que no somos dueños de nosotros mismos, por lo que no debemos adquirir hábitos que sabemos que disminuyen la calidad y la duración de nuestra vida. Eso sería como irnos suicidando poco a poco, y de esa manera violaríamos el espíritu de este Mandamiento: no matarás. 

El sexto mandamiento es un terreno donde toda la humanidad es puesta a un mismo nivel en cuanto al derecho que tenemos a la vida. En una forma positiva, nos traza una pauta absolutamente segura para resolver o manejar conflictos entre nosotros, recordando que ninguna circunstancia nos da el derecho de atentar contra la vida. 

Deberíamos entender, además, que en este mandamiento Dios nos está trazando una dirección para saber cómo interactuar con el mundo animal y con la naturaleza. Toda la creación recibió de Dios la vida que tiene: desde el inmenso árbol del bosque hasta el humilde pasto; desde la fiera feroz hasta la sencilla avecilla; desde el tormentoso mar, hasta el arroyuelo inofensivo; todo existe para Dios y por Dios. Y de los seres humanos, el apóstol Pablo dice: “Ninguno de nosotros vive para sí. [...] Si vivimos, para el Señor vivimos” (Rom. 14:7, 8).

Honremos al Dios de la vida.

 

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