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Dios es fiel por naturaleza. Debido a su santidad, pureza y dignidad, él siempre cumple sus promesas y trata a todos con respeto. Estos son valores que, en el séptimo mandamiento, recomienda a sus hijos para su felicidad. La dignidad de los seres humanos sufre cuando se pierde la fidelidad. Y un ámbito donde eso causa más daño es en el matrimonio, así como en el hogar de forma más extensa. La prohibición del adulterio es el plan de Dios para preservar matrimonios y familias de la falta de respeto, las sospechas y el resentimiento.
Cuando Jesús comentó este Mandamiento (lee Mat. 5:27, 28), amplió nuestra comprensión al hacernos entender que el problema del adulterio abunda, puesto que es un problema interior: comienza en la mente, y después se traduce en hechos concretos, que desmoralizan y tienen el potencial de destruir relaciones que están diseñadas para ser duraderas. El cristiano ha de vigilar sus pensamientos para evitar el impacto de la infidelidad.
Dios ve el adulterio como una falta de respeto que la persona se infringe a sí misma y a los demás. Siendo que el matrimonio idealmente debe durar para toda la vida, el adulterio es un atentado directo a esta posibilidad. Al practicar el séptimo mandamiento, los hijos de Dios demuestran que tienen buen criterio y también una vida con propósito. Por otra parte, los que fallan en este aspecto suponen erróneamente que llenarán algún vacío o lograrán alguna meta importante a través del adulterio. Más tarde descubrirán que esto no es así.
Cuando Dios prohíbe el adulterio está también preservando la integridad de todos sus hijos. Nadie debe ser usado como un mero objeto sexual, y nadie debe denigrarse al punto de violar su conciencia, su compromiso con la familia ni mucho menos con Dios.
El adulterio es rechazado por Dios porque es un ataque contra su plan de fundar hogares estables y permanentes que puedan constituirse en salvaguardas para la felicidad de sus integrantes, y que puedan también ser centros desde donde irradie el amor de Dios a los que están en su radio de acción. Cuando Dios prohibió el adulterio, concibió un mundo donde las personas se respetan a sí mismas y las unas a las otras. Visualizó la existencia de seres humanos capaces de cumplir sus promesas y respetar sus valores, y aun en este mundo caído en el pecado esas características serían de gran contribución al plan de Dios de salvar a aquellos que sean fieles a él y se mantengan firmes en su promesa de amarlo y servirlo.