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Dada la manera en que recrudece la mentira en nuestro mundo, hay un retrato de Dios presentado en la Biblia que reviste especial importancia: Dios “es el Dios de la verdad” (Deut. 32:4, DHH). Dios ama la verdad; “toda su obra ha sido hecha con verdad” (Sal. 33:4, RVA-2015); y cuando se manifestó en carne, él mismo fue “la verdad” (Juan 14:6). Si hoy la verdad está en crisis no es por culpa de Dios, sino por nuestra falta de buscar a Dios. Lejos de él, que es la fuente de la verdad, ser sinceros, no engañar, no falsificar o no mentir es básicamente imposible.
Al darnos el noveno Mandamiento, Dios está promoviendo la sinceridad y la veracidad entre sus hijos. Dios está resaltando la importancia de que nunca nos valgamos de mentiras para hacer ver mal a otros, perjudicándolos así con nuestras palabras. Este Mandamiento nos hace reflexionar sobre el daño que causa decir mentiras, alterar información, esconder datos que deben estar disponibles o calumniar con chismes que acaban con reputaciones ajenas. Todas estas prácticas traen con ellas serios problemas de comunicación, convivencia y respeto. Problemas que Dios quiere evitarnos.
No hablar contra nuestro prójimo falso testimonio exige que vigilemos cada palabra que sale de nuestra boca. Una buena parte de los problemas que se suscitan se debe a personas que no pensaron antes de hablar o que planificaron hablar para causar daño a otros. Según Dios en este mandamiento, tenemos una responsabilidad moral y social de preservar el buen nombre de los demás para también preservar la paz social.
Desde la persona que usa los medios de comunicación en cualquier nivel hasta la que solo se comunica con sus familiares, todos debemos saber que poder comunicar es un privilegio que conlleva responsabilidades. Usar la capacidad de comunicación para decir mentiras que dañen a terceras personas es evidencia de un corazón malvado, y a ese punto Dios está tratando de evitar que lleguemos.
Por supuesto, Dios no se limita a prohibir la mentira en todas sus formas, sino que él mismo se constituye en el mejor referente y modelo por excelencia de lo que significa ser veraz. Sabemos que “Dios no es hombre para que mienta” (Núm. 23:19), Pero también sabemos que ese Dios vino a este mundo como hombre, fue probado y tentado en todo, y nunca pecó (lee Heb. 4:15), lo cual nos asegura que nunca fue hallado engaño en su boca. ¡Él es un Dios de verdad!