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Desde hace algunos años, tenemos en mi casa algunos acuerdos con nuestros dos hijos. En el caso de mi hija, cada mes le enviamos dinero en dos ocasiones; en el caso de mi hijo, ese dinero se le entrega semanalmente. Además, ellos saben que recibirán un regalo por su cumpleaños y otro en Navidad. Por supuesto, también se añaden algunos extras a lo largo del año. Puedo decirte que cada vez que nuestros hijos reciben esos beneficios, se muestran agradecidos. Entre los mejores abrazos y cumplidos que he recibido de ellos están los expresados en esos momentos en que sus padres les dan un beneficio especial.
Sin embargo, en todos estos años, no recuerdo haberlos visto tan expresivos en su agradecimiento por beneficios que reciben o disfrutan todos los días. Me consta que los disfrutan, y que valoran tenerlos, pero es como si, al mismo tiempo, los dieran por sentado, creyendo que son cosas que se producen de manera espontánea, sin que haya habido alguien que se asegurara de proveérselas. Es como si pensaran que siempre estarán ahí. Obviamente, mis hijos no son diferentes de mí (ni de nadie). Lo que he observado en ellos es exactamente lo que yo hacía con mis padres, y lo que la mayoría de las veces hacemos todos en nuestra vida no solo con nuestros padres terrenales, sino también con Dios, nuestro Padre celestial.
Por eso me gusta la filosofía de vida del salmista. Él reconoce que Jehová es “nuestro Dios y Salvador” (Sal. 68:19). Por supuesto, no hay nada más grande que esto; este es el Regalo con mayúsculas, que sobrepasa a los regalos de cumpleaños, de Navidad y a todas las mesadas juntos (por muy buenos que sean).
Pero también David tiene tiempo en este salmo para reconocer que Dios lo colma cada día con sus beneficios. Una consulta rápida al diccionario nos dice que “colmar” significa “llenar; dar a alguien algo en abundancia; satisfacer plenamente deseos y aspiraciones”. Eso hace Dios cada día contigo, lo veas o no.
Es fácil caer en un patrón de relación con Dios que solo nos permite ver su presencia en momentos especiales o cuando hace provisiones extraordinarias en nuestro favor; pero es necesario aprender a ver a Dios en el día a día. Si, como el salmista, aprendemos a ver cada día cómo Dios nos beneficia constantemente, desarrollaremos una fe en él fresca y renovada. Viviremos con la seguridad de la salvación, y disfrutando de la sencillez cotidiana bajo su dirección.