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La lista de gente que ha sido perjudicada por otras personas nos incluye a todos. Y es que, en lo que a la maldad se refiere, el ser humano es experto. Dondequiera que miremos podremos darnos cuenta de cómo nos dañamos los unos a los otros. Si nos detenemos a pensarlo, da miedo.
Sí, hay razones más que sobradas para que muchos hijos vivan con miedo a lo que puedan hacerles sus padres; para que muchos hombres y mujeres sean renuentes a entregar su amor a alguien, por miedo a ser traicionados de nuevo; para que muchos ciudadanos de bien teman a quienes los gobiernan o tienen autoridad sobre ellos; para que cualquiera simplemente tema lo que pueda hacerle un desconocido desalmado. En el Salmo 118:6, el autor inspirado reconoce la capacidad humana para el mal, pero lejos de quedarse en un mero reconocimiento de ese trágico hecho, nos da un mensaje vital: “¡Dios está de nuestra parte!”
No tenemos que vivir a la defensiva ni atemorizados porque existan personas que pueden hacernos mal. No debemos poner los ojos en los malvados ni en lo que ellos hacen o planean hacer; no tenemos que dar vueltas a la idea de que nuestra vida o nuestro futuro dependen de que alguien quiera perjudicarnos. Porque hay una seguridad que podemos tener, una dulce convicción a la que nos podemos entregar, un pensamiento al que podemos ceder el control de nuestra mente: Dios está de nuestra parte, está de nuestro lado, está con nosotros.
En esta lucha entre el bien y el mal, no estás solo, estás con Dios. Puedes y debes confiar en que el poder más grande en el universo está a tu favor. Él dio la vida de su único Hijo para salvarte, y estoy seguro de que, junto con la salvación, te dará también todo lo que te falte conforme a sus riquezas en Cristo (lee Fil. 4:19).
Un día, Dios nos llevará a vivir a un mundo perfecto, donde nadie nos dañará ni dañaremos jamás a nadie. Mientras tanto, el hombre puede hacer cosas que te dañen y te duelan, pero no has de vivir atemorizado pensando en esa posibilidad. ¿Por qué? Porque Dios está contigo todos los días, hasta el fin del mundo (lee Mat. 28:20), para ayudarte, defenderte y cuidarte. “El enemigo vendrá como río crecido, pero el Espíritu del Señor levantará bandera contra él” (Isa. 59:19).