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UN DIOS QUE ES GENEROSO CON TODOS

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“Pero Jesús dijo: ‘Alguien me ha tocado, porque yo sentí que ha salido poder de mí’” (Lucas 8:46).

Yendo Jesús de camino hacia la casa de un funcionario judío que le había pedido ayuda, una mujer tocó el borde de su manto. La mujer padecía un flujo de sangre desde hacía doce años, y estaba desesperada. Aun cuando Dios pueda estar rodeado de una multitud que lo oprime, su carácter y su plan no cambian: él siempre está comprometido en la obra de bendecir a las almas, salvarlas y liberarlas del poder del enemigo. No hay muchedumbre, opresión, circunstancia, ruido ni entorno que impida que Dios se dé cuenta del grito de auxilio de uno de sus hijos. 

Nadie puede ser realmente bendecido, nadie puede recibir verdadera ayuda, nadie consigue mejorar completamente o sentir auténtica liberación, sin que Dios intervenga. Las bendiciones siempre traen la firma de Dios. 

De pronto, Jesús hace un comentario extraño: “Alguien me ha tocado” (Luc. 8:46). Pedro se apresura a hacerle ver cuán tontas parecen sus palabras, pero Jesús sabe con qué intención las ha dicho: mostrar que existe una gran diferencia entre un toque casual y un toque de fe. Él notó, y nota, la diferencia. 

Poder divino acababa de salir de él, por tanto, alguien había sido bendecido por haber puesto su fe en Jesús. Alguien se había refugiado bajo el estandarte de Cristo, y él quería identificarlo, para luego darle todo lo que tenía reservado para esa persona. Cuán reconfortante es saber que Dios no pone restricciones a la hora de compartir su poder con quienes lo buscan con fe. La fe es el medio que permite a Jesús actuar para salvación. Aun cuando fuera caminando, aun cuando no estuviera hablando con la persona ni mirándola a los ojos, Dios es tan generoso que, al toque de la fe, derrama bendición sin límites. 

Y allí estaba, la que le había tocado el manto, la que había recibido la bendición, la que había sido sanada por nuestro generoso Dios. Y ahora también confesaba. Completado el proceso, Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz” (Luc. 8:48). Dios compartió con ella sus bendiciones, y ella compartió con los demás su testimonio. Ese día todos regresaron a sus casas bendecidos. 

Tenemos un Dios que lo ha compartido todo con nosotros, sin reservarse nada. Reconozcámoslo y compartamos sus bendiciones con los demás.

 

 

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