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Con demasiada frecuencia, tendemos a ver las cosas en términos de blanco o negro, lo cual nos lleva a definir las situaciones de forma rígida. Así, por ejemplo, lo que no nos sirve en una ocasión lo desechamos para siempre; a quien no nos apoya en una situación, lo tachamos de contrario y nunca más lo tomamos en cuenta (si lo eliminamos del mapa, mejor); y si sentimos que alguien nos menosprecia, deseamos que pague caro por ello. Condicionados por esta forma de pensamiento radical y polarizado, tomamos decisiones y asumimos actitudes contrarias al evangelio.
Al parecer, algunos de los discípulos de Cristo habían caído en este error de pensamiento. Indignados por el rechazo que habían recibido en una aldea de Samaria, Santiago y Juan, sin ningún tipo de disimulo, pidieron a Jesús que les permitiera orar para que cayera fuego del cielo que quemara a aquellos habitantes paganos. “¿Cómo se han atrevido a rechazar a Jesús negándole alojamiento?”, se preguntaban; y razonaban que gente tal no merecía la salvación. Ni siquiera se detuvieron a pensar que semejante método no era el idóneo para evangelizar. Con su respuesta, Jesús nos muestra un certero retrato del carácter de Dios: “No he venido a quitarle la vida a nadie, sino a salvársela a todos”. La obra de destrucción no es divina; Dios está ocupado en salvarnos a todos, sin excepción.
Dios no desea que nadie se pierda, sino que todos nos convirtamos y vivamos (lee Eze. 18:32). Él jamás se complace en la destrucción de un ser humano, por muy malvado que sea. Lo que alegra el corazón de Dios es “que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). Por eso, la solicitud de los discípulos estaba totalmente alejada del carácter y los planes de Dios. ¿Y nosotros? ¿Acaso elevamos al Cielo oraciones condicionadas por un pensamiento polarizado, rígido, de blanco o negro? ¿Creeremos en el perdón para nosotros, pero no para otros que, en nuestra visión distorsionada, han ido demasiado lejos con sus acciones?
El Dios a quien servimos no es un tirano que se goza en eliminar a los que le son contrarios. Mantengamos siempre en mente la seguridad de que Dios está a nuestro favor y no en nuestra contra. Él nunca hará cosa alguna para la destrucción de un ser humano, pero sí lo hará todo para nuestra salvación. Para eso vino a esta Tierra, y en esa obra se sigue ocupando.