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A veces creemos que hacemos algo extraordinario siendo corteses con la gente cortés, saludando con educación a nuestros hermanos o tratando bien a quienes nos tratan bien. En otras palabras: “Si soy una buena persona con los que están cerca de mí, si soy un buen hijo o una buena hija, un buen padre o una buena madre, un buen esposo o una buena esposa, un buen amigo o una buena amiga; si tengo simpatía con mis colegas y mis hermanos en la fe, dirigiéndome a ellos con palabras bondadosas y gentileza, estoy haciendo algo digno de reconocimiento”. Si pensamos así, el pasaje de hoy sin duda supone un verdadero choque.
Jesús nos dice, en el capítulo 6 de Lucas, que no hay nada de extraordinario en que un cristiano sea bueno con las personas que son buenas con él o ella, “hasta los pecadores se portan así” (vers. 32, DHH). El verdadero distintivo de un cristiano es que actúa de una manera que resultaría imposible si no habitara Cristo en su corazón. Dios espera que el perdón que damos sus hijos sobrepase al que dan aquellos que no lo conocen; que el amor de los seguidores de Cristo sea un amor por principio, no por sentimiento; que nuestra generosidad sea la respuesta al agradecimiento que sentimos por la generosidad del Padre, y que no esté condicionada por la falta de generosidad que nos rodea. En resumidas cuentas, el cristiano devuelve bien por mal (vers. 35; lee también Rom. 12:21). ¡Eso sí es extraordinario!
Para que esta manera de actuar sea una realidad en nuestras vidas, debe ocurrir un cambio en nuestra manera de pensar acerca de lo que significa ser cristiano.
Ese cambio comienza con mirarnos en el retrato de la generosidad de Dios, para ver cuán lejos estamos de ser así. Y luego le sigue la necesidad de fijarnos en el ejemplo que nos dio Jesús. El ambiente que nos rodea nos enseña que amar a los que nos aman y ser buenos con aquellos que son buenos con nosotros es lo correcto, pero Jesús no pensaba ni actuaba así: él amó a los que lo despreciaron, fue bueno con los que se portaron mal con él, y sanó a quienes ni siquiera se lo agradecerían.
Los cristianos tenemos que parecernos a Cristo, que amó a sus enemigos y los perdonó. Esa es nuestra señal distintiva.