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Nuestro Dios sabe que somos seres inquietos; y puesto que él es un Dios de paz, quiere guiarnos a encontrar paz, tranquilidad y reposo en él. Jesús enseñó que es el deseo del Padre que sus hijos no vivan bajo los dañinos efectos de las preocupaciones, los temores, la angustia ni la ansiedad. Estas cosas nos suceden cuando ponemos nuestra atención exclusiva donde no debemos ponerla.
Por las instrucciones de Jesús, sabemos que Dios no quiere que asuntos como la comida o la ropa lleguen a convertirse en nuestra razón de vivir; eso no debe ocupar el centro de nuestros esfuerzos. De ninguna manera el Señor está restándole importancia a estas cosas; de hecho, él sabe que tenemos necesidad de ellas y se ocupa de proveerlas para todas sus criaturas. Lo que Dios quiere ayudarnos a entender es que hay cosas que son más importantes, y sería dañino que no nos diéramos cuenta de esa diferencia.
Muchas personas viven en angustia y ansiedad porque se les ha olvidado que la vida es más que la comida y el cuerpo es más que el vestido. Dios no quiere que lleguemos a pensar que cuando saciamos nuestras necesidades fisiológicas ya somos personas plenas, olvidándonos de que la vida tiene también una dimensión emocional, social y espiritual. Dios no quiere ver a sus hijos obsesionados con cubrir con vestidos preciosos un cuerpo que no toma en cuenta los principios divinos para su salud o que no glorifica a Dios en lo que hace. La prioridad de Dios es que nos empapemos mentalmente de sus prioridades, y que no demos categoría de esencial a lo que no lo es.
Lo que Dios te está diciendo es que, cuando descuidas lo esencial para dedicarte a lo superficial, el resultado es angustia y ansiedad. El Dios de paz te dice: “Hijo, hija, sé sabio, sé sabia; sigue mis instrucciones para que tengas paz. Busca primero el reino de Dios, y todo lo demás te será añadido, porque yo estoy aquí.
Busca el reino de Dios, porque durará para siempre; y confía en que yo me encargaré del resto” (lee Luc. 12:31).
Si tu tesoro está en el Cielo, ahí debe estar también tu corazón. Por tanto, confía en Dios. Él sabe de qué cosa tienes necesidad, y mientras vela por cubrirla, tú puedes dedicarte a velar por tu salvación. No te inquietes por nada.