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Seguramente habrás oído a personas quejarse de Dios, preguntando dónde está su amor cuando ocurren calamidades, cuando muere alguien, cuando se sufre...
Pero, si lo pensamos bien, veremos que es injusto acusar a Dios de falta de amor por causa de circunstancias que son resultado de la presencia y los efectos del pecado introducido por Satanás en este mundo. Por eso Juan, en el texto de hoy, nos da una maravillosa razón para dejar de dudar del amor divino: el Padre permitió que su Hijo viniera a este mundo caído.
El amor de Dios se nos muestra en Jesucristo. Si quieres tener la certeza del amor divino más allá de toda duda, no es a los problemas que hay que mirar, es a la primera venida de Jesús. Si deseas saber cómo es el amor de Dios, contempla a Jesucristo y pregúntate qué es lo que ves en él, en su vida y en sus palabras.
¿Qué nos muestra el Hijo acerca del amor del Padre? Cuando miramos a Jesús, dos cosas quedan muy claras:
1. El amor de Dios no tiene límites. ¿Qué más podría dar un padre que ya dio la vida de su único hijo? ¿Qué otro sacrificio podría ser más grande que este? ¿Qué otra cosa que tenga un padre podría valer más que la vida de un hijo? Lo primero que Jesús nos enseña acerca del amor de Dios es que no tiene límites. No hay nada que detenga ese amor o que lo disminuya. Nadie puede estar en una situación en la que el amor de Dios no pueda alcanzarlo, porque lo más grande ya se produjo: Cristo se hizo uno con nosotros.
2. El amor de Dios nos es dado por gracia. La venida de Cristo no fue resultado de un pedido que los seres humanos hayamos hecho ni de alguna diligencia o presión que ejercimos contra Dios. Fue pura iniciativa divina, de principio a fin; los seres humanos solo hemos sido los beneficiarios de tal provisión. No nos la ganamos, no la pagamos; fue un regalo, fue por gracia. Dios no estaba obligado.
A la luz de ese amor que Dios mostró al enviar a su Hijo al mundo, ¿qué haremos nosotros? ¿Dejaremos de dudar? ¿Extenderemos esa maravillosa gracia a las personas con las que nos relacionamos cada día? ¿Permitiremos que ese amor eche fuera el temor?